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Un ingrediente es reclamado a gritos en los gobiernos, organizaciones y empresas, en medio de recurrentes crisis que no van a frenar probablemente hasta que una inmensa mayoría decida incluirlo en su diario vivir. No es dinero, no son armas, ni siquiera decisiones o acuerdos perfectos, mucho menos adoctrinamiento o reclutamiento de algún tipo.

Tiene que ver con darse cuenta de que el entorno más cercano de cada quien necesita compasión, esa capacidad de sentir por los demás desde lo más hondo del interior. Es obvio que hace falta por doquier, pero con un nuevo enfoque y en medio de una nueva energía; no se trata de experimentar pena o lástima por los demás, sino más, seguramente, de propiciar el contacto y la comprensión con el sufrimiento y necesidades de otro ser. Más intensa que la empatía –reconocer al otro como similar–, la compasión es la percepción y participación en la vivencia del prójimo, y el deseo y la acción de aliviar, reducir o eliminar por completo una situación dolorosa, desde el propio yo.

Lo que antes pudiera sonar filosófico, hoy es indispensable en las decisiones en todos los niveles, incluso en casa, donde muchos viven cuidando enfermos, discapacitados o personas de la tercera edad, en un ejemplo de que llegó el momento de inyectarle a todas las políticas fuertes dosis de humanismo sin distinción. Pocas veces se habla de los problemas que enfrentan los cuidadores y qué se puede hacer para cuidarlos también a ellos.

El primer golpe al que se enfrentan es que, en muchos casos, no asumen esta responsabilidad por gusto ni decisión, sino porque “les tocó”, refiere un reportaje del diario Reforma.

Es muy normal escuchar de una hija que dejó su vida para hacerse cargo de su madre con demencia o de una mujer que no tuvo otra opción que hacerse cargo de su esposo que cayó en cama, pero en un mundo ideal no tendría porque ser siempre así.

Es fundamental que encuentren espacio para también cuidar de ellos mismos. Y no solo se trata de distribuir el cuidado entre los familiares. Lo ideal es avanzar hacia una sociedad del cuidado.

Monterrey ya dio un primer paso: el Consejo Nuevo León firmó en julio un acuerdo con la Secretaría de Igualdad e Inclusión para impulsar la creación de un Sistema Estatal de Cuidados, lo que permitiría asegurar los derechos de pacientes y cuidadores. Entonces, sí es posible agregar a la relación sociedad-gobierno la compasión que le urge al mundo, y puede empezar en lo personal, viviendo hoy con pasión.

Estrellita: hace cinco años, el río Whanganui fue reconocido como una persona por las leyes de Nueva Zelanda. Para muchos que viven en sus riberas, ese fue un darse cuenta de la profunda conexión espiritual entre los lugareños y el río. Sus aguas los llaman, ya sea para pescar, recorrerlo en sus canoas o para refrescar sus vidas. Ngahuia Twomey-Waitai, de 28 años, se mete en el río y se moja la cabeza, con un gesto parecido al de los bautismos. Dice que el río es parte de su vida desde que nació. “Vengo seguido para limpiarme, especialmente cuando estoy en medio de algo grande, de cambios profundos en mi vida, sin importar si son para bien o para mal”, expresó la joven. “El río siempre hace que todo sea mejor. Me provoca una gran sonrisa, me trae paz”

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