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Considerado durante mucho tiempo un factor psicológico y emocional, hay un estado mental que parece ganar influencia en amplias ramas de la comunidad, el afecto, que más allá de un sentimiento es una cualidad del estado del ser indispensable para la recuperación.

En un ensayo publicado por el Colegio de la Frontera Sur y la Universidad Veracruzana, se habla ya de una “afectividad ambiental”: una revolución que sitúe en primer plano la sensibilidad, la estética y la empatía, contrapuesta a un modelo racionalista, pues no existe ningún pensamiento o conocimiento libre del aprecio y la admiración.

Merecedor en 2021 del Premio de Investigación para Científicos Jóvenes concedido por la Academia Mexicana de Ciencias por su trabajo sobre la expansión de la agroecología impulsada por los movimientos sociales, Omar Giraldo –el autor junto con Ingrid Toro- parte de la premisa de que somos cuerpos que habitan otros cuerpos sensibles -océanos, montañas, árboles- y rehúsa la distinción entre naturaleza y cultura, porque esta división se tradujo en el avasallamiento de la primera por la segunda. Entender, en cambio, que somos entramados de vida propicia otras relaciones distintas a las regidas por la explotación, la extracción y la dominación.

Plantea que nosotros no solamente habitamos, sino que el habitar nos habita: el mundo, como lo construimos, también nos ocupa: si tú anidas lugares de destrucción, de devastación, eso inevitablemente vivirá en tu cuerpo, pero si habitas en entornos reverdecidos, que comprenden el orden de la vida, donde la belleza misma de la vida se expresa -del colibrí, de las flores, la vida en sus formas más grandes de expresión-, también serán capaces de habitarte. En ese sentido la belleza puede salvarnos, porque implica un cambio en nuestro ser.

Y es distinto habitar que ocupar: Cuando tú ocupas territorios, como sucede con la invasión de Rusia en Ucrania, pones una bota militar, misiles; es una relación violenta. No se llega a escuchar, a entender el lugar, sino a imponerse. Nos relacionamos de esa manera con la Tierra, como militares. Habitar siempre es estar junto al otro, implica convivencia, coexistencia con los demás seres.

Critica el gigantismo: siempre más: siempre todo más grande, más ostentoso, más producción, más rentabilidad, más tecnología. Siempre más y más, explica en entrevista con Reforma el académico de la Escuela Nacional de Estudios Superiores (ENES) Mérida de la UNAM.

Giraldo, quien se desempeñó como investigador en el Colegio de la Frontera Sur, aconseja una pausa y evaluar cuáles elementos requieren crecer.

Estrellita: Afortunadamente existen muchos reductos, una riqueza muy grande que se resiste a morir, y a partir de ahí hay una fuente fecunda para hacer diálogos y reaprender a habitar esta Tierra.

Pero no es la única ruta, aunque sí una muy importante. Cada pueblo, cada cultura, cada lugar y ciudad, cada quien debe encontrar los modos de adecuar sus formas de vivir.

Si bien habrá diversos caminos para afrontar la crisis ambiental, las soluciones provendrán siempre de propuestas colectivas, no de procesos individuales y aislados. Con mucho afecto

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