Cerebros despiertos
Carlos Luna: Cerebros despiertos.
La Península de Yucatán comparte con Estados Unidos un foco rojo: la verdadera epidemia entre los jóvenes del vecino país, según la especialista Lisa Miller, es el suicidio. “Hoy en día la estadística de los que se quitan la vida es prácticamente igual que la que muere en accidentes de autos”, alerta.
De acuerdo con los análisis en los que ha participado la autora de “Cerebro despierto”, otro llamado desde la ciencia a una nueva percepción de la vida, los jóvenes con un “centro espiritual” están protegidos en un 80 por ciento contra diferentes tipos de adicciones, ya sea drogas, alcohol u otras. Y la protección contra la depresión es de 60.
La profesora del programa de Psicología Clínica de la Universidad de Columbia presentó su libro en México y señaló que hace algunos años eran realmente muy pocos los estudios que demostraban la relación entre la espiritualidad y la salud física de una persona. Eran considerados dos mundos diferentes. Ahora, la misma ciencia está demostrando cómo estos dos se unen y cómo cada uno afecta al otro, comentó en el marco del Encuentro Mundial de Valores. Religión y Espiritualidad. Las diferencias.
Después de años de investigación, Miller finalmente arma el rompecabezas científico de la espiritualidad. Primero, descubrió que la espiritualidad protege contra la depresión, la adicción y las enfermedades mentales.
Luego descubrió que nuestra capacidad para la espiritualidad es biológica y funciona en las mismas regiones del cerebro que la depresión, pero con el efecto contrario. Llegó a comprender que la espiritualidad es una parte integral del desarrollo humano y que la lucha mental puede ser el primer paso en el despertar espiritual.
Concordó con Kenneth Kendler, de la Virginia Commonwealth University, quien estaba asombrado al demostrar que la espiritualidad no solo se transmite a través de la cultura, sino que también está incrustada en nuestros genes.
Kendler descubrió tres cosas importantes. Primero, una persona puede ser espiritual pero no religiosa, o viceversa. La espiritualidad enfatiza el sentido de una relación personal con un poder superior, mientras que la religión implica una estricta adherencia a las reglas y prácticas religiosas.
En segundo lugar, se encontró que la presencia de la espiritualidad protege contra la depresión, el alcoholismo y los eventos estresantes negativos, independientemente de si la devoción religiosa también estaba presente.
En tercer lugar, el estudio encontró que el grado en que una persona es espiritual está determinado en un 29 por ciento por sus genes y en un 71 por ciento por su entorno. Los seres humanos nacen con una capacidad innata para la espiritualidad.
Miller descubrió que, en la adolescencia, la distinción entre religión y espiritualidad no es tan fuerte como en la edad adulta, lo que sugiere que existe un proceso de individuación en el que ambas se desenredan. Y esa espiritualidad es dos veces más protectora contra la depresión para los adolescentes que para los adultos.
Parece que, ya seas criado en una tradición de fe o no, la espiritualidad tiene una base genética, y parte de nuestro desarrollo como humanos es encontrar nuestras propias creencias espirituales personales. Con cerebros bien despiertos.