La guerra del sargazo
Carlos Luna: La guerra del sargazo.
En “La guerra del sargazo”, Jorge Comensal describe un panorama que no se puede minimizar: “El mar está indigesto. En vez de azul turquesa y transparente, tiene la piel biliosa, turbia, enferma. El mar viene mareado y se tropieza. ¿Quién puso aquí esta isla? De rodillas sobre la arena blanca del Caribe, expulsa toneladas de alga enmarañada con basura. En vez de hojas y tallos, el sargazo tiene láminas y estipes; carece de raíces porque vive sin patria, flotando a la deriva; esas pequeñas uvas fraudulentas son vesículas llenas de gas para no hundirse....”.
En su texto publicado por el proyecto “Cuenta Centroamérica”, retoma el tema del que suele dejar de hablarse en el Caribe mexicano, donde otras parecen ser las prioridades. El escritor mexicano recorre en una crónica de las playas dominicanas –competencia del mar del Mundo Maya-, donde “en vez del binomio arena blanca y agua turquesa nos enfrentamos a una amplia variedad de tonos que van del amarillo mostaza al negro carbonizado”, describe el poeta.
“El Mar de los Sargazos era una zona estable del Atlántico hasta que, en 2009, el viento desbocado comenzó a propiciar las migraciones. Las carabelas de alga llegaron a la costa norafricana y bajaron, llevadas por la corriente de las Islas Canarias, a la corriente ecuatorial del Norte, que avanza hacia el oeste impulsada por la rotación de la Tierra en el sentido contrario”, señala.
Por desgracia, no hay submarino que sirva para luchar contra el sargazo. El enemigo tiene de su lado la rotación terrestre, la radiación solar en el Atlántico tropical, el aumento del carbono en el agua y la atmósfera. No queda claro qué tanto influye la abundancia de fertilizantes que los ríos llevan a ambos lados del océano; tampoco si el calentamiento del agua (que este año ha alcanzado niveles inauditos) propicia o inhibe la reproducción del alga. El Gran Cinturón Atlántico de Sargazo existe hace una década y apenas empieza a comprenderse; resulta difícil prever si seguirá creciendo, se estabilizará o disminuirá. En cualquier caso, su tamaño vuelve necesaria la cooperación internacional. Además, el calentamiento global plantea otros desafíos al Caribe. A corto plazo, el peor es el fortalecimiento de los huracanes; a largo, el aumento del nivel del mar.
Es una guerra, realmente, que en la Península yucateca no se ha ganado. Está a medias, como en República Dominicana. En esta isla cabe todo: en un extremo la miseria del fallido estado haitiano, en el otro la opulencia de Punta Cana, a donde llegan hordas de millonarios a cebarse bajo el sol. En medio está la vida caribeña: siglos de buena música y mal gobierno, la frágil bonanza del turismo, la precariedad del transporte y la vivienda. También cabe el ingenio: un grupo de estudiantes dominicanos acaba de ganar el Engineering Inspiration Award de la competencia First Robotics, por desarrollar “un reactor que genera combustible” a partir del sargazo. El Instituto Tecnológico de Santo Domingo también está tratando de aprovecharlo como abono orgánico. En el Caribe mexicano donde el sargazo también se ha convertido en un problema enorme, se han fabricado ladrillos para construcción. Aunque estas iniciativas son dignas de celebración y apoyo, el suministro disperso e intermitente de la materia prima complica la viabilidad de estos proyectos. Por eso no es tan optimista Comensal ante la posibilidad de sacarle provecho a esta abundancia. Espera equivocarse.