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Argentina acapara miradas por su nuevo presidente, Javier Milei, que en su reciente gira presenció con su coterráneo, el papa Francisco, un signo universal de cambios en la humanidad, el reconocimiento a una mujer excepcional.

Se trata de María Antonia de Paz y Figueroa, conocida popularmente por su nombre en quechua “Mama Antula”, pero de la que muchos ignoran su historia. Fue una laica católica que dedicó su vida a peregrinar por el país sudamericano en misión evangelizadora, justo en una época en la que las mujeres tenían dos opciones en la vida: el convento o el matrimonio.

La caridad de “Mama Antula”, sobre todo en el servicio a los más necesitados, hoy se impone con gran fuerza, en medio de esta sociedad que corre el riesgo de olvidar que el individualismo radical es el virus más difícil de vencer”, resaltó el sumo pontífice. La futura santa, de tez blanca y ojos celestes, nació en 1730 en Santiago del Estero, provincia al norte de Buenos Aires. Murió el 7 de marzo de 1799, a los 69 años.

Su recorrido histórico, recogido en textos elaborados por instituciones católicas y en una biografía que el mismo papa Francisco reconoció, cuenta que era hija de una familia acomodada. De muy pequeña desarrolló una vocación religiosa y se acercó a los jesuitas, que no sólo evangelizaban a indígenas y esclavos, sino que también cumplían una decisiva acción social en las entonces colonias de España.

A los 15 años abandonó la vida confortable de su hogar y los privilegios de su clase para sumarse a la Compañía de Jesús como beata. Cambió el apellido paterno por el de San José. Bajo la guía de los jesuitas educó, cuidó y ayudó a los pobres e indígenas de su provincia natal. La consideraban su protectora y la apodaron “Mama Antula”, nombre en quechua derivado de Antonia.

“Ella era una rebelde, como Jesús”, dijo a AP la periodista y biógrafa Cintia Suárez. “Se impuso al padre y le dijo ‘no me voy a casar ni me voy hacer monja’. Ella no quería obedecer a ninguna orden. Por eso también tenía esta libertad de moverse sola. La Iglesia tenía una estructura muy verticalista, no quería obedecer a nadie”, recalcó la coautora de la biografía “Mama Antula, la primera Santa Argentina”.

La beata colaboró en la organización de ejercicios espirituales basados en los escritos de San Ignacio de Loyola, el fundador de la compañía de Jesús en 1534, y fue determinante para mantener vigente la doctrina de los jesuitas en la entonces colonia del Río de la Plata, tras ser expulsados de las Américas en 1767. En esa orden religiosa, la más grande del catolicismo, se formó el papa Francisco.

Esas prácticas tenían una particularidad: borraban las diferencias sociales. Un esclavo y su amo, ricos y pobres eran tratados por igual.

“Caminante del espíritu”, la definió Francisco en una reciente carta a la diócesis de Santiago del Estero. “Que este acontecimiento universal, que tanto les pertenece, nos ayude a todos, por intercesión de ‘Mama Antula’, a renovar nuestra misión bautismal con audacia y fervor apostólico, como lo hizo esa gran mujer del siglo XVIlI”.

Da la impresión de que este reconocimiento, da paso a señales de cambio, no sólo en Argentina sino también en la comunidad de la Península yucateca.

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