Cultura de la velocidad
Cesia S. Rodríguez Medina: Cultura de la velocidad.
Todo sucede tan rápido que es difícil rescatar lo valioso de la realidad, un permanente deseo de apresuramiento nos acosa diariamente. Algunos que sí tienen la posibilidad de reconocerlo, se detienen a reflexionar o regalarse un momento de serenidad, pero, por otro lado, hay quienes la misma vorágine los incorpora azotándolos como un remolino de superficialidades.
Hace algunos meses atrás leí en el párrafo inicial del libro “El país de las últimas cosas”, una descripción que puedo asegurar compartirán conmigo sobre el sentimiento de nuestra condición humana, decía el texto: “Éstas son las últimas cosas. Una casa está aquí un día y al siguiente desaparece. Una calle, por la que uno caminaba ayer, hoy ya no está aquí. Incluso el clima cambia de forma continua: un día de sol, seguido de uno de lluvia […] Cuando vives en la ciudad, aprendes a no dar nada por sentado. Cierras los ojos un momento, o te das la vuelta para mirar otra cosa y aquella que tenías delante desaparece de repente. Nada perdura, ya ves, ni siquiera los pensamientos en tu interior. Y no vale la pena perder el tiempo buscándolos; una vez que una cosa desaparece, ha llegado a su fin. Así es como vivo…”.
Independientemente del desasosiego que este conjunto de juicios pudiera causar, la realidad es que parecen trasladarse a muchos aspectos de nuestra vida actual, donde constantemente todo asemeja “modernizarse”, de igual forma el estado de inmediatez sobre nuestras supuestas necesidades provoca la urgencia de cambio y renovación, todo se convierte en una invitación para formar parte del sistema, más aún cuando el proceso se arraiga con mayor insistencia por el asedio de los medios tecnológicos que nos rodean condicionándonos a repetir ésta dinámica que, poco a poco, se va instalando en la cotidianidad.
Sin duda, podemos afirmar la existencia de lo que el escritor Jhon Tomlinson expresó en su ensayo sobre “La cultura de la velocidad” (2007), la instauración de nuevas prácticas sociales a través de un modelo a base de rapidez, que se impone en aspectos tan importantes como la economía y la política, así como en lo psicológico. Para ejemplificar este fenómeno algunas de sus formas visibles se comprueban en actos simples como: la ansiedad de trasladarse rápidamente de un lugar a otro, de obtener respuestas rápidas a una necesidad, de adquirir un servicio o de sentirse intranquilo e intranquila por no obtener algo con prontitud, incluso, su forma más evidente se observa en la necesidad de consumo innecesario acompañado de publicidad y marketing.
Por ahora, este fenómeno casi imperceptible, va transformando nuestro estilo de vida, en donde sus consecuencias son contrarias a la tranquilidad, la paciencia y la reflexión. Al final la decisión es nuestra, pero urge desacelerarnos y rescatar nuestra condición natural.