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No siempre sabemos marca un alto, otras no somos conscientes de manera inmediata de que el tiempo marca el final del camino, a veces nos cegamos ante las circunstancias aunque a todas luces sean desfavorables, y unas ocasiones más evitamos reconocer lo evidente, quizás nos autoprotegemos con un manto de negación o solamente evadimos lo que sabemos que un día tendremos que afrontar, no sabría decir concretamente cuál es la más real, seguramente todas y algunas más que han quedado fuera de estas líneas.

Lo que sí he podido constatar a lo largo de los años es que por más que pretendamos dar la vuelta al problema o situación que nos lacera, de una u otra manera se presenta ante nosotros obligándonos a reconocer lo que evadimos y accionar hacia donde mejor consideremos, claro, esto último cuando ya hemos hecho un ejercicio de conciencia sobre el asunto, pues también en muchas ocasiones la realidad nos golpea tan repentinamente que no sabemos qué rumbo tomar.

Las relaciones humanas son complejas, responden a causales multifactoriales, más cuando se trata de aquellas personas que ocupan un lugar importante en nuestras vidas, el saber llevar las cosas con la mayor cantidad de armonía requiere de esfuerzo y compromiso, esto es extensible para el trabajo, la familia, las amistades, el amor y mucho más, pues los seres humanos interactuamos en diversos grupos sociales donde nuestras acciones suelen cambiar de roles.

Ante todo esto, a veces sólo nos queda permitir que las situaciones fluyan, sobre todo cuando hemos dado lo que podíamos -aunque en la balanza de los juicios pueda parecer mucho o poco-, al fin y al cabo si hemos dado lo que somos sin temor, habremos cumplido la encomienda con aquellos que son parte de nuestras vidas. De la misma forma en que la mar lleva sus olas a la arena para que en ella termine su andar por el océano, así hay veces en que lo que resta es acompañar las presencias que se desvanecen junto a nosotros, sin que signifique rendirse, pero sí aceptar que las horas ha rebosado el reloj.

Resulta mucho más sencillo escribir todo lo anterior que aplicarlo, las palabras pesan menos cuando las compartimos con otros, además que es más fácil mirar la paja ajena buscando la aguja que revisar la propia, pero es un hecho cierto que poder de más complejo que resulte el ejercicio autocrítico es algo que debemos practicar con frecuencia, ya sea para revertir el rumbo o para aceptar de él el sendero que nos indica, pues al fin de cuentas, el río simple fluye para nunca ser el mismo.

A veces es mejor escuchar el caer de las gotas de lluvia, sólo así, esperando que su rocío nos impregne con su aroma sin que algo más tenga que ocurrir, ya que en realidad está ocurriendo, quizás sea ideal para los tiempos en que todo parece superarnos seguir las palabras que Julio Cortázar escribiera en su magna obra Rayuela: “¿Por qué no aceptar lo que estaba ocurriendo sin pretender explicarlo, sin sentar las nociones del orden y de desorden?”. Es tiempo de sentir y dejar que las cosas fluyan, escuchar el sonido del mar a lo lejos mientras nos preparamos en sigilo para seguir andando.

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