Junto al viejo librero

Cristóbal León Campos: Junto al viejo librero.

|
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram

Un librero, los recuerdos y un reencuentro. Los días trascurren irremediablemente sin que necesariamente seamos lo suficientemente conscientes como para advertir que se acumulan en años y que para cuando reflexionamos sobre los acontecimientos vividos en ese lapso de tiempo (a veces breve y otras extenso), solemos caer en cuenta sobre aquello que dejamos ir y aquello que debimos cuidar. No es un ejercicio fácil mirar atrás y reconocer de manera individual “Cuánto gané, cuanto perdí”, tal y como indica el título de una de las canciones del recientemente fallecido cantautor cubano Pablo Milanés: “Cuánto gané, cuánto perdí / Cuánto de niño pedí / Cuánto de grande logré / Qué es lo que me ha hecho feliz / Qué cosa me ha de doler”.

Hace unos pocos días, después de varios años, sostuve un breve, pero significativo reencuentro con mi hermano Eduardo. Quizás fue sólo la distancia física que implica vivir en ciudades alejadas lo que obligó en cierta forma a la ausencia-presente que llega a significar esa falta de contacto con quienes nos une algo más que los recuerdos de infancia, o, tal vez, y habría que decirlo, fue algo más lo que condujo a la cuenta de los días sin la llegada del afecto que no cambia aunque pudiera esconderse en alguna de las complejas ramificaciones del inconsciente, ya que pudiera ocurrir que “El inconsciente de un ser humano puede reaccionar al de otro sin pasar por el consciente”, como indicará Sigmund Freud, al analizar los sueños.

Lo que sí podría atestiguar sin equivocarme, es que en ese encuentro breve, pero significativo, volvieron a la mente como si tuvieran vida, el recuerdo de algunos objetos que marcaron muestra infancia, entre ellos, el ya viejo librero que junto a la ventana por donde se entremezcla la luz del sol y las sombras, resguarda los primeros libros (no escolares) a los que tuvimos acceso, ahí, tras las puertas de cristal, subyacen algunos de los sueños que aún persigo y sobre los que irremediablemente en algún momento de mi vida, abre de cuestionarme lo que la melodía de Pablo Milanés ya señalaba: “Si era vivir la infancia / Con el ansia de todo saber / Pues el saberlo todo y con nostalgia / Ver lo que se fue”.

A un costado del viejo librero, o quizás alrededor de él, compartimos instantes que marcaron nuestro crecimiento, quizás fueron de silencio o de gran alegría, en todo caso, son destellos de la existencia compartida que se agolpan cuando buscamos razones para explicarnos el presente, pero, sin importar su naturaleza, siempre que me cuestione sobre esos recuerdos, podre decir, nuevamente siguiendo a Milanés: “Dónde estarán, a un lado de mi piel / Los guardo bien y a veces brotarán / Y endulzarán un brusco acontecer / Llenándome de miel que muchos libarán / Me lanzarán al viento / Y a mi tiempo me retornarán / Vendré feliz y fresco / Para siempre sé donde estarán”.

Ya vendrá después la poesía y los versos inspirados que nos ayuden a describir las emociones enterradas y las que se palpan al mirar, pero, por ahora, no puedo otra cosa, sino regresar la memoria y los días valorando todo lo que es importante y lo que se encierra felizmente entre un librero, los recuerdos y un reencuentro…

Lo más leído

skeleton





skeleton