Otra lógica para la existencia
Cristóbal León Campos: Otra lógica para la existencia.
En el devenir complejo que pareciera pender de un hilo sobre las espaldas de los seres humanos, convirtiendo a la existencia en una pesada carga, hay señales que no debemos pasar por alto, las cuales, observadas con la agudeza necesaria, nos podrían dar indicios de algunas soluciones a los problemas y fenómenos socioculturales que se desarrollan en la actualidad.
Mirar el contexto que nos rodea desprendiéndonos de los prejuicios y las caretas que ocultan los hechos y los procesos que conllevan, es en un primer momento, la forma básica de ir sacando a la luz las raíces que dan sustento a esta existencia complejizada con los infortunios y las necesidades exacerbadas por la desigualdad y la injusticia. La violencia sistémica se ha interiorizado al grado de que ya casi no nos permite distinguir sus formas, el condicionamiento violento que se ejerce sobre nosotros desde las estructuras sistémicas impide detectar cuándo y cómo nosotros mismos reproducimos esa violencia que nos lacera, convirtiéndonos así en víctimas y victimarios de un mismo mal no generado por nuestra voluntad, pero, en ocasiones, sí reforzado con nuestros actos.
La consciencia sobre aquello que vivimos y que nos condiciona para alcanzar la vida plena (material y espiritual) utilizada con la finalidad de reconstruir el sentido humano de la existencia, puede y creo que debe conducirnos a la vereda de la ruptura epistemológica ante las razones que “justifican” las estructuras violentas y opresivas que penden sobre nosotros como la espada que al final de los días nuestros será el mecanismo del fin.
La transformación de la realidad, tan urgente como necesaria, pasa por el ejercicio de la identificación de los males opresores y de las formas en que se extienden sobre nosotros, el fin de la agonía es un anhelo que por siglos se ha postergado reconfigurándose en cada época, donde la idealización de un mejor mañana se acompaña de un desprendimiento del ayer como carga pesada que detiene el avance de las sociedades y de los seres humanos, sin que esto signifique la necesidad del olvido de aquello ya transcurrido, y aunque pueda sonar contradictorio, es ese recuerdo de lo que nos oprime y violenta la razón misma para el movimiento transformador, pues el impulso inicia justamente donde el dolor sociocultural se acumula.
Mirar la realidad compleja que vivimos nos ejemplifica esas estructuras que empobrecen a millones de seres humanos y permiten a unos pocos acumular la riqueza generada por las masas expulsadas del bienestar. Y, estas, puede también extrapolarse a las situaciones individuales que afectan la psique de cada individuo, ya que su pertenencia al contexto sociocultural lo condiciona en su desarrollo personal y social. Por ello, la búsqueda de un ideal superior que nos facilite alcanzar otra realidad -donde la justicia y el bienestar común dejen de ser palabras al aire y eufemismo políticos pasando a convertirse en los ejes centrales de las sociedades que ameritamos- habrá de darnos de igual forma las bases que fundamenten el renacer de la memoria colectiva como sustento del porvenir.
El cambio epistemológico que requerimos para dar lógica a la nueva existencia, demanda procesos de reeducación sociocultural, a través de los cuales el racismo, la discriminación, la violencia sistémica, el machismo, la explotación y tantos otros males queden en el ayer, mas no en el olvido, pues si olvidamos podríamos repetir, dando lugar al ciclo autodestructivo que como humanos hemos vivido por siglos.