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El mundo de las letras y de la cultura escrita tiene siempre más de una forma de verse y de vivirse, ya que es un sendero de senderos por los que uno se adentra buscándose a sí mismo y va, paso a paso, encontrándose con la voz, el pensamiento y las emociones de otras y otros seres humanos que, sin necesariamente conocerse, se interconectan pudiendo reconocerse en el otro o la otra.

Así, entre palabras, ideas y sentimientos, el trabajo de un editor va más allá de la simple lectura de un texto, sea del género que sea, pues el contacto con la narrativa de quien escribe establece una relación íntima que no siempre es valorada al grado que se requiere. Ahora, si bien los textos, dependiendo del género, pueden responder a diversas razones para su creación, esta inesperada reflexión me acerca más a la escritura reflexiva y de opinión, esa que busca trasmitir al lector o lectora un mensaje que, aunque breve, presenta una argumentación sobre un acontecimiento sociocultural, una lectura que se comparte, un debate de corte académico-educativo, un posicionamiento político y/o filosófico, o la expresión de un sentir que agolpa a quien lo narra.

Y es que estas líneas a raíz del golpe de realidad tras la lectura de un texto notoriamente sentimental que narra la partida de un ser querido y marca, quizás sin saberse, el inicio de un duelo personal y familiar, que habrá de acompañar a quien lo escribe y sus seres queridos durante un tiempo indeterminado, y ante esta revelación de emociones e historias personales que al compartirse se convierten en colectivas, he sentido le necesidad de pensar sobre la responsabilidad que conlleva ser parte del proceso de publicación de esa narrativa ya comentada. ¿Estaremos conscientes las y los editores de este tipo de textos de la confianza depositada en nuestras manos, o mejor dicho en nuestro juicio lector? Tengo la impresión de que no siempre en el sentido de la emoción humana, ya que en la ética profesional el trabajo tiene su razón bien establecida.

La idea de un editor es la de un ser erudito, y sin duda el aprendizaje es interminable para quien a esto se dedica, pero sobre todo pudiera darse el caso de que se piense en la o el editor como un ser ajeno a sus emociones por la esperada “objetividad” a la hora de su trabajo, sin embargo, aunque esta idea es ya vieja en las ciencias sociales y en las humanidades, pudiera darse por sentado como una verdad inamovible. Pero no, no es el caso ni es la verdad, no sólo porque la objetividad no es lo mismo que la neutralidad ideológica, sino porque como parte de esa insistente neutralidad también deben considerarse a las emociones, juicio y prejuicios que como seres humanos todos tenemos, y claro que este no es un alegato purificador de los errores, pero sí es una humanizante valoración del quehacer cotidiano.

El editor es ante todo un lector o lectora, un ser humano que busca encontrar la mejor forma de presentar a otro ser a través de la escritura del segundo, la función en todo caso, es la pulcritud de un texto, sin embargo, además de lo ahora señalado, creo necesario suscribir esa lectura-edición al contexto de las reflexiones que hoy sobre la lectura se hacen, siendo que en la actualidad la lectura no es únicamente la decodificación de grafías, sino la decodificación y significación de un todo en el que las letras son una parte, pero han dejado de serlo todo, pues el mensaje se haya más allá de los escrito para suscribirse en el imaginario compartido, donde el ser humano se complementa como idea y sentimiento.

Un editor-editora lee sí las letras de los y las autoras, pero por encima de todo lee al ser humano que se comparte a través de su mensaje, y por eso la labor es de gran responsabilidad, pues ante todo, se ayuda a presentar a los y las lectoras a las personas que habitan cada una de las letras elegidas en el texto leído, ya que la palabra es humanidad.

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