Una angustia consciente
Cristóbal León Campos: Una angustia consciente.
Es de noche y los recuerdos duelen más. Quizás como escribiera Dante Alighieri en su célebre Divina Comedia al referirse a la entrada del tercer círculo del infierno: “Abandonad toda esperanza, quienes aquí entráis”. Y no quería descender los escalones del recuerdo, creí que todo iría mejor, pero me equivoqué, y no es que sea una mentira, simplemente es que no es posible separar la razón de las emociones sin correr el riesgo de convertirse en un ser peligroso, pues como advirtiera Eduardo Galeano, el intelectual, entendido como un ego sobrevalorado, aleja las emociones privilegiando la “razón”, y el cursi se queda en la orilla de lo sensible sin conectar con el pensamiento, una dicotomía contradictoria, pero muy común.
No, no soy un intelectual, al menos así no, ¡y qué bueno! Ahora, pueden las copas saludarse brindando por la victoria de la “razón” y reírse del sentimiento expuesto sin temor al juicio, ya que no hay forma de olvidar a los muertos, no se puede dejar de sentir ese dolor que provoca el horror inhumano de la saña poderosa y dejar de buscar las razones sabiendo que no existen más que discursos que ocultan los hechos y niegan las balas. Pero sí, sé lo que vi, el olor de la muerte y sonido de la injuria cobarde.
Hay noches, muchas, en las que el peso de los siglos parece recostarse sobre la espalda, hurgando las llagas de los filos incrustados en los costados, esos que la sed de justicia buscó saciar, esos que son más que huellas en el cuerpo. ¿Cómo silenciar los reclamos de los pueblos ante la barbarie de los tiempos eternos? Sí, seguramente soy más cursi que otra cosa, no me apena. Sentir fortalece las heridas aún sangrantes de aquellos que partieron por la humanidad. No, no hay olvido, sólo es la hora de partir.
Nunca he podido entender la función social de la escritura y la lectura alejada de una responsabilidad imbricada en la transformación. ¿Dogma o verdad?, quizás únicamente sea esa esencia que Galeano buscó cuando nos habló de aquellas heridas; las de Nuestra América, todavía abiertas, pujantes, entre resistencias al colonialismo y a la barbarie tan común hoy como ayer, sobrevolando las geografías de nuestros pueblos.
Sí, tal vez sí, es posible que los años hagan más pesada la loza que pende de la médula ósea, pero quién puede resistirse al clamor de los más, cuando entramos a las fauces de lo inhumano. ¿Será esa la razón del sigilo de las noches? No, no lo sé, y sin embargo, no puedo dejar de mirar entre las sombras esa misma bruma que habitó la infancia dislocada de la orfandad.
¿Son los escalones del recuerdo el castigo por vivir?, quizás, y sólo quizás. Pero si la hora de saldar las deudas habrá de llegar, siempre preferiré el costo de los pasos sin remorder los sentimientos, pues al final son ellos los que dan forma a mi razón.
Pronto amanecerá, se tendrán que recubrir las viejas heridas, al igual que los pueblos que resisten, para poder andar en este mundo, un tanto injusto y un tanto humano. Y eso último, los jirones humanos que sobreviven en medio de la desgracia, es lo que impulsa los pasos decididos a continuar. Sí, claro que sí los recuerdo, es justamente por ellos, sus sonrisas y sus sueños, por lo que no podemos parar. No, no son promesas al aire, son palabras y semillas que han de florecer…