Orden dada y no supervisada…

Daniel Uicab Alonzo: Orden dada y no supervisada…

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A la una de la tarde se escucha el silbato del contramaestre tocando el “forte de faenas” en todos los barcos de la Armada. La tripulación (clases y marinería) limpia perfectamente su área de trabajo, recoge herramientas y utensilios (rasquetas, cepillos, brochas, pintura, cabullería, etc.) para entregarlos a los pañoles (de máquinas o cubierta, según corresponda). Luego se dirigen a los sollados para asearse y pasar al comedor.

En ese ínter, mientras tocan llamada para el “rancho” del mediodía, el oficial de faenas de máquinas y el contramaestre de cargo recorren el buque de proa a popa, particularmente en las áreas donde se ordenaron los trabajos después de izar bandera a las ocho de la mañana. Verifican que se hayan realizado conforme a sus indicaciones, tomando nota de lo que falta o lo que hay que añadir, porque a diario reportan las faenas al oficial de guardia y las registran en sus bitácoras. Lo propio hacen los oficiales de cargo de artillería, de comunicaciones y el de intendencia.

Es una rutina que se cumple al pie de la letra y bien, porque hay clases y oficiales que vigilan que así se haga, oficiales que supervisan y mandos que verifican que todos cumplan la tarea que les corresponde. Haciendo una analogía, es control de calidad. Porque nunca se ve una mampara o cubierta salpicada o manchada de pintura, una bandera rota, una cadena oxidada o un cabo deshilado o fuera de lugar, mucho menos una pieza de artillería inservible. Todo debe funcionar porque una falla o negligencia afecta en cadena a todos.

Me pregunto si es tan difícil establecer supervisiones en los servicios de una comunidad en áreas públicas o colonias. Seguramente usted ha sido testigo de cómo se realiza el bacheo en su calle: literalmente son plastas de material asfáltico para tapar hoyancos, sin apisonar debidamente y sin recortar el área, lo que ocasiona que pronto vuelvan a surgir; una fuga en la red de agua potable puede ser atendida oportunamente, pero la cuadrilla dejará en la calle o banqueta, por día o semanas, el escombro que causó la excavación para intervenir la tubería afectada. En camellones y parques se podan árboles o se desyerba, pero nunca se realiza a conciencia y la basura puede quedar por horas o días antes de que se recoja. Y del transporte urbano, para qué le cuento.

No es culpa de la autoridad, sino de sus directores. Esta falta de supervisión es un problema serio en el cumplimiento de las reglas y normativas que, por seguridad de la ciudadanía, no deben descuidarse ni pasar desapercibidas, porque implican tiempo, dinero y horas-hombre que pueden emplearse en otras acciones en beneficio de la ciudad y de la población.

Delegar responsabilidades es uno de los principios de liderazgo en cualquier organización, institución o empresa. Al líder le corresponde“mandar y ver que se cumpla”, porque si no, se cae en lo que dice otra máxima: “orden dada y no supervisada se la lleva la…”

Los “látigos” a bordo

Durante nuestra travesía en la Marina eran célebres los contramaestres y condestables (desde cabos de Mar y de Cañón), supongo que ahora es igual, pero no tanto. Antes, estos capataces de a bordo eran temidos pero respetados por la marinería, por ser muy estrictos, particularmente a la hora de faenas. Tenían conocimientos no sólo del mantenimiento del buque en cuanto a pintura, sino también en nudos y costuras, maniobras con embarcaciones menores, elaboración de toldos y palletes y hasta artesanías y miniaturas que aún hoy adornan las cámaras de oficiales, clubes navales y hasta casas de los comandantes. Mucho de lo aprendido a bordo se lo debemos a ellos.

Por lo general estos “contras” y “condes” eran los timoneles de combate preferidos por los comandantes, además eran los segundos de los oficiales de división por su trato directo con las clases y marinería. Hasta principios de este siglo, varios de ellos que escalaron jerarquias de tenientes de Fragata o de Navío, llegaron a ser jefes de servicios de zonas o sectores navales y otros fueron nombrados comandantes de barcos pequeños, como Polimares o buques patrulla, dados sus conocimientos de navegación y experiencia acumulada durante muchas singladuras. Eran, literalmente, viejos lobos de mar.

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