|
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram

¿Y de qué murió?, solemos preguntar cuando nos enteramos del fallecimiento de algún amigo o conocido. Así nos sorprendió hace un par de semanas el súbito deceso de un ex compañero de la Marina (capitán de fragata en retiro) a quien conocimos en los años 70 y reencontramos casi al final de nuestra travesía manteniendo la comunicación hasta muy recientemente. Hasta hace pocos días me compartía que seguía ejerciendo el Derecho al lado de jueces y magistrados y aún se echaba el “palomazo” en las tertulias. Porque, además de marino y abogado, era compositor y “no cantaba mal las rancheras”.

Pero no quiero distraerme con este tipo de evocaciones, sino centrarme en el hecho de que, por lo general, todos queremos indagar sobre el estado de salud de otros, sobre todo cuando ya “han partido” porque, ciertamente, nos encanta el chisme. Olvidamos de pronto la discreción y el duelo que pasan sus familiares en esos momentos, que lo que menos quieren es pormenorizar acerca de esos “últimos días”, más si se enfrentó a alguna enfermedad dolorosa. Incluso los obituarios y esquelas que de cuando en cuando se publican sólo mencionan que la persona “entregó su alma al Creador tras breve dolencia” o “rodeado/a del amor de sus familiares”. No dan detalles, ¡faltaba más!

Esta discreción fue más notoria durante el año álgido de la pandemia del coronavirus (2020), pues mientras nos enterábamos de la muerte de varios familiares y personas cercanas, en muchas familias se prohibía decir que alguien había contraído el letal virus, para evitar estigmas y sumar al aislamiento de la cuarentena la ausencia de visitas de familiares y amigos. Qué duro trance el de ese año.

Sin embargo, en términos generales somos reticentes a revelar alguna enfermedad que padezca alguien de nuestro núcleo familiar, porque invade nuestra esfera íntima y porque es un problema que sólo a nosotros atañe. De hecho, particularmente los varones “presumimos” de buena salud cuando ya superamos los sesenta y pico de años. Minimizamos los achaques propios de la edad y si acaso bromeamos acerca de ellos, aunque sepamos que, la verdad, ya “pronto se nos cansa el caballo” y no tenemos la misma cuerda que antaño, si bien hay quienes están en mejor condición física y mental que nosotros.

Este es el contexto en el que se enmarca el tema que ha preocupado a la clase política –sobre todo los del partido en el poder–, alimentado a los medios y ocupando a los usuarios sabelotodo de las redes sociales: la salud del Presidente. Desde que partió intempestivamente de Mérida el pasado domingo surgieron una serie de conjeturas y sospechas, alimentadas por la falta de información oportuna y veraz de parte de la Presidencia, donde lo que más les interesaba era ocultar el hecho o minimizarlo. El pretendido control de crisis resultó un bumerán, porque no supieron gestionarlo... hasta que el miércoles por la tarde el mandatario informó qué le sucedió y cómo se encontraba.

Y es que, no se trata de la salud de Andrés, sino del Presidente de la República, y aquí sí, los ciudadanos tenemos derecho a saber. 

Anexo “1”

Confinado en su camarote

Y va la anécdota: Nuestro Guardacostas cumplía una orden de operaciones más en aguas del Pacífico mexicano en el ya lejano 1976. La navegación habitual era de cuando menos un mes, tocando algunos puertos del Mar de Cortés, o bien vigilando Isla Tiburón (Sonora), la más grande de México, ahora una gran reserva natural protegida.

De pronto, nos enteramos de que un joven teniente de corbeta (hoy Almirante en retiro), que en ese entonces era el oficial de faenas de máquinas, había sido confinado en su camarote. Los alimentos se le dejaban en la puerta por un camarero designado exclusivamente para atenderlo, lavarle su ropa de cama y uniformes. Lo dejamos de ver un par de semanas, hasta que arribamos a puerto. Entonces supimos que contrajo hepatitis y que, por seguridad de los casi cien elementos de tripulación, el médico a bordo lo puso en “cuarentena”. Nadie resultó contagiado en un espacio tan reducido y el teniente se recuperó por completo.

Fue otro acierto de Carlos Santiago, un joven médico egresado del Instituto Politécnico Nacional (que hacía su servicio social como oficial de la Armada en nuestro buque), el mismo que, en otra ocasión, reimplantó un dedo –en la sección Sanitaria de nuestro barco– a un primer condestable que se accidentó durante una maniobra de atraque nocturno al instalar la pasarela al muelle.

Anexo “1”

Otro fracaso en Salud

Y hablando de salud, pero en términos de sector, esta semana nos enteramos de otro fracasodel Gobierno de la 4T: la desaparición del Instituto de Salud para el Bienestar (Insabi), que será sustituido con el IMSS- Bienestar (al que ya había cedido sus funciones). Es decir, le dan más trabajo al Seguro Social, que no puede ni siquiera atender de manera eficaz y oportuna a millones de derechohabientes que, junto con los patrones y el Gobierno, contribuyen a su sostenimiento. De ninguna manera es gratuito para los afiliados, ojo.

El Insabi fue creado, con bombo y platillos, en 2019 por el presidente López Obrador para sustituir al Seguro Popular, creado en el sexenio de Vicente Fox, continuado con Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto, y que funcionaba bien. El objetivo del Insabi era atender “primero a los pobres” y como parte de lo que hasta ahora sigue afirmando AMLO: lograr un sistema de salud como en Dinamarca. Lo cierto es que el diagnóstico hace prever que el tiempo que le queda a su administración no le va a alcanzar ni para, al menos, abastecer al cien por ciento de medicinas al sector. Mal estamos de salud en este y otros rubros.

Lo más leído

skeleton





skeleton