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Las políticas migratorias de Estados Unidos han impactado negativamente (desde siempre, pero más recientemente) a nuestro país con el desplazamiento de miles de personas que buscan llegar a esa nación. El tránsito por entidades mexicanas y en particular su permanencia en ciudades de las fronteras sur y norte ocasionan graves problemas de inseguridad, alimentación y alojamiento, por citar sólo algunos, que derivan en enfrentamientos con las autoridades o en tragedias, como la ocurrida en una estación migratoria de Ciudad Juárez hace poco más de un mes.

En enero del año pasado, Alejandro Encinas, subsecretario de Derechos Humanos, Población y Migración de la Segob, celebró que “México ha dejado de ser un país de tránsito y expulsión de migrantes a Estados Unidos para convertirse en un país de destino y acogida” y que “el actual Gobierno ha tomado el compromiso de promover una migración ordenada, regulada y segura (…) facilitando su integración al desarrollo de nuestro país”.

Y la semana pasada, el presidente López Obrador manifestó: “qué sueño americano ni que nada, ahora es el sueño mexicano”, al asegurar que los migrantes ya no pagan a los “polleros” para trasladarse a Estados Unidos, ya que en México ya hay más oportunidades gracias a los programas del Bienestar como el de la pensión de los adultos mayores (la propaganda). Y dijo que México invirtió en Centroamérica y en el Caribe en programas como el de Sembrado Vida y Jóvenes Construyendo el Futuro, alrededor de 150 millones de dólares, ya que de esa manera se logra un mejor apoyo a los ciudadanos para evitar que salgan de sus comunidades.

Así minimizó la crisis que se viene al levantarse la norma de salud llamada “Título 42”, medida que los inmigrantes piensan es la oportunidad para ingresas a la Unión Americana de manera tersa. No es así, pero eso se propaga y alienta las caravanas en busca no del sueño mexicano, sino del americano. Sin embargo, no debemos perder de vista que la gente tiene todo el derecho de buscar otros lugares donde labrarse un mejor futuro y hay que ser empáticos con ellos porque todos en algún momento de nuestra vida hemos sido migrantes, por voluntad o por otras circunstancias .

Si bien el tema impacta principalmente a México como país de tránsito ya EU como destino, no hay que olvidar a las naciones expulsoras de migrantes (Guatemala, Honduras, Nicaragua, Venezuela, Cuba, etc.) a nuestros líderes no se les cuestiona su incapacidad para ofrecer un mejor futuro a sus ciudadanos, por el contrario, se crean programas y les inyectan recursos (400 millones de dólares recién aportados al gobierno de Joe Biden a Centroamérica), lo cual puede verse como un buen negocio para esos gobernantes.

Por esas condiciones se ve lejano el día en que pueda hacerse realidad el deseo de una migración (en cualquier parte del planeta) ordenada, segura, legal y respetuosa de los derechos humanos de todos, tanto de los desplazados como de los ciudadanos residentes de los países de transito y de destino.

Anexo “1” 

Cajas para menaje

Las cajas de madera eran de aproximadamente un metro de largo por 50 cm de ancho y 50 cm de profundidad. Los oficiales tenían de 3 a 5 de esos pequeños contenedores; los capitanes y almirantes, hasta 10. Generalmente se pintaban de gris (como las cubiertas de los buques de guerra) y se rotulaban con el grado y nombre. Eran o son parte del menaje de casa (el pleonasmo siempre se usó) de los marinos de la Armada, habituados a la migración “de cabotaje” (valga la analogía) al ser transferidos de un barco a otro o de una dependencia a otra.

En este constante ir y venir las esposas juegan un papel muy importante en las mudanzas y llegan a ser tan diestras para seleccionar lo que debe contener cada caja del menaje –ropa de cama, vajilla, uniformes, equipo e insignias, juguetes de los niños, etc.– para luego elaborar la lista de todo el mobiliario, que se incluye en la solicitud del traslado del menaje a la nueva adscripción. Y luego, al establecerse en el nuevo destino, a desempacar las cajas y todo lo demás.

Y es que los marinos y soldados son ejemplo de ese peregrinar continuo cada determinado tiempo, de ahí que la mayoría de sus familias no tienen arraigo en un lugar determinado, salvo que las dejen fijas en una ciudad, pero entonces surge otra complicación: la desintegración familiar. Sin embargo, como ya hemos mencionado, estos cambios tienen su lado amable, porque se conocen otras ciudades, diferentes costumbres, tradiciones, culturas y, lo principal, mucha gente con la que se establecen fuertes lazos de amistad que perduran a pesar de la distancia.

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