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El paisaje era campirano. La entrada al pueblito guanajuatense se embelleció. No había pavimento, pero las calles de tierra lucían recién barridas y regadas. Las casitas pintadas, lo mismo que las bardas. Destacaba la pequeña iglesia con su cúpula y campanario relucientes de blanco. Lo pasó Jacobo en su noticiero 24 Horas por ahí de 1977, si la memoria no nos falla. Era la previa de la inauguración de una granja de cerdos. Corral modular recién instalado, agua y suficiente alimento para algunos de los cerditos americanos con el que se abría una nueva actividad para el desarrollo.

Ese escenario era parte del Sistema Alimentario Mexicano (SAM), política pública creada por José López Portillo para atender las necesidades alimentarias e incentivar la producción y consumo de alimentos básicos en México. La inauguración fue con bombo y platillos. Sólo que, al día siguiente, volvió el reportero a ver cómo funcionaba la granja y la sorpresa fue que no había nada. Sólo quedó la pintura fresca en el pueblo. Se llevaron la instalacion y los cerditos.

Para esas cosas los políticos se pintan solos: inauguran infraestructura inconclusa, reportan obras no realizadas, viajes no terminados y contratos con empresas “fantasma”; adquisiciones a sobreprecio (con familiares o amigos, por supuesto), pago de prestaciones o servicios no sólo inverosímiles sino hasta ridículos. Antes era peor porque no había instituto de “transparencia” y lo que ordenaba el Ejecutivo era ley, que imitaban funcionarios de menor nivel. Sin embargo, cuando creemos que hemos visto todo, surge algo que los críticos llaman “surrealismo” mexicano.

Roberto Albores Guillén, veterano político chiapaneco, señala: “En la política mexicana el surrealismo adquiere dimensiones, alcances y matices insospechados. La más amplia y generosa imaginación se queda corta. Nuestra idiosincrasia ciudadana juega malabares y adquiere conciencias poco determinadas. Los mitos los convertimos en realidad y la realidad en espejismos inexistentes. Acomodamos nuestra historia al capricho de las conveniencias (…)”.

Y ejemplifica que el Gobierno –de cualquier color o ideología– es el reflejo de nuestras dudas, complejos y frustraciones, pus sólo así se explica que una administración expropie la banca y otra, seis años después, la privatice; que un gobierno promueva e inicie una gran obra, y el nuevo la cancele y comience otra; o que todos condenen la corrupción y al final no encuentren culpables. ¿Le parece familiar el panorama?

Pues algo de ese surrealismo ocurrió el pasado fin de semana cuando se dio el “banderazo” al tren maya. El paisaje y la presencia en un páramo del Caribe mexicano (así lo abandonaron tras talar millas de árboles y selva) de funcionarios comparsa nos hizo recordar el cuento “El Guardagujas” (Juan José Arreola), donde un forastero llega a una estación desierta, a la hora exacta en que su tren debe partir de una “T”, su destino, pero tal vez esto no esté lejos o su destino sea otro.

Con el “empujón” (literalmente) al primer vagón del tren maya en Quintana Roo, para que avanzara unos metros y los participantes dieran banderazos en ese “momento estelar” (AMLO dixit), de plano se pasaron de surrealistas.

Anexo “1”

“Aún hay más”

También ocurrió en los 70, pero a principios de esa década, cuando el hombre que hizo famosa la guayabera nos gobernaba, Luis Echeverría. Un día, estando atracado nuestro barco en el muelle de la Base Naval de Icacos, en Acapulco, de pronto observamos que grupos de marineros de los Guardacostas y del Dragaminas 20 de la Armada fueron comisionados al Buque Salvamento “Manzanillo”, con la misión de pintar la obra viva del casco, el numeral, la rampa de acceso y la cubierta, en menos de 24 horas. El motivo: se haría una presentación para “Siempre en Domingo”, el programa de moda con el conductor del momento, Raúl Velasco. El script marcaba que una ambulancia ingresaría desde la playa por la compuerta y subiría hasta la cubierta principal.

El “Manzanillo” había auxiliadoa la población de Nicaragua (llevando víveres, equipo y toneladas de materiales de construcción durante varios viajes hasta el puerto de Corinto) tras el devastador terremoto de diciembre de 1972 en ese país, y era ocasión de presumirlo “en cadena nacional”.

Así,  mientras varios grupos de marinos pintaban los costados con gris claro, en cubierta otros provistos de decenas de cuñetes de pintura gris oscuro los vaciaban como si fuera agua para esparcirla con mayor facilidad en la larga cubierta de casi cien metros. En cuestión de horas el Buque Salvamento quedó reluciente para recibir al hombre que hizo famosa la frase “Aún hay más”. El “pero” fue que a los pocos días hubo necesidad de rasquetear y repintar el “Manzanillo” que, por cierto, fue dado de baja de la Marina en 2011.

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