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Son tiempos de cambios, de rupturas, de decisiones, de definiciones y de oportunistas. Así siempre ha sido al acercarse el ocaso de cada sexenio. Son, como diría la devaluada clase política, “tiempo de canallas”, de traiciones. Ni hablar, es la condición humana, y ésta de cambiar de piel, como las víboras, es una condición sine qua non de quienes se dedican a la poca digna condición de políticos.

A lo largo del sexenio, pero en particular en los últimos días, hemos visto cómo varios personajes cambian de chaqueta, de color, de partido… de principios –si es que los tuvieron– justificando su decisión con los mismos argumentos con que hicieron base en el bando que abandonan. Y es que, como dice Ernesto Sabato en “La Resistencia”: “En la vida existe un valor que permanece muchas veces invisible para los demás, pero que el hombre escucha en lo hondo de su alma: es la fidelidad o traición a lo que sentimos como un destino o una vocación a cumplir”.

Esa fidelidad, que debe nacer de valores y principios, se acrisola en las fuerzas armadas, en los planteles y las diversas unidades. Las promesas y juramentos no son meros protocolos o formulismos. Empezando por la lealtad que juramos a nuestra Bandera, a la Patria, a las instituciones; es el espíritu de cuerpo que se decanta en los cuarteles o en los buques donde se forjan lazos fraternos que perduran más allá de la vida castrense. Y muy importante: nadie patea el pesebre.

Los políticos nada saben de esto porque su doctrina es otra, su lema es esa frase atribuida a Maquiavelo: “El fin justifica los medios”, y además el autor de “El Príncipe” afirma que “la política no tiene relación con la moral”. Visto así, debe ser entendible lo que hemos visto recientemente con varios diputados, senadores y otros funcionarios que cambian de bando.

Los párrafos anteriores los escribimos en estos Acaecimientos hace un año y hoy cobran mayor vigencia, pues esta semana, un senador yucateco brincó del PRI –donde se impulsó su carrera política y desempeñó varios cargos de elección y hasta en el gabinete federal, que le permitieron mejorar sustancialmente su estatus de vida– a un partido satélite del que ahora está en el poder, como ha sido siempre.

Argumenta que su decisión obedece a que no está de acuerdo en que el tricolor sea “simple comparsa del PAN en las elecciones del 2024”, además, habla de “dignidad”. No admite Jorge Carlos que pateó el pesebre porque tenía pocas posibilidades de ser candidato a la Gubernatura de Yucatán (“algún día seré Gobernador”), que ya perdió, y también la Presidencia Municipal de Mérida. Ya sus ex compañeros de partido se lo restregaron: le movieron intereses personales más que de grupo. ¿Algo nuevo en un político?

Reiteró que hago mío el comentario del columnista José M. Ramírez Hernández, publicado en octubre del 2017 en grupo SIPSE: “Hoy en día el honor es como las especies en vías de extinción, sobre todo a nivel político”.

Anexo “1”

Nuestra alma mater

Aunque la expresión alma mater se emplea para designar metafóricamente a una universidad, “como proveedora de alimento intelectual”, también suele extrapolarse a otras escuelas o instituciones donde se capacita o se adquieren conocimientos para desempeñar alguna actividad u oficio, que se agradece considerándola así. “Soy egresado de” o “me formé en”, decimos para referirnos a nuestro plantel, colegio o universidad, como timbre de orgullo.

En las fuerzas armadas, el H. Colegio Militar y la H. Escuela Naval son el alma mater por excelencia de los mandos del Ejército, Fuerza Aérea y Armada. Sin embargo, toda proporción guardada, los otros planteles de formación y capacitación militares y navales lo son para los oficiales de otros servicios que también son parte importante y fundamental en la milicia.Luego entonces, todos los soldados y marinos tenemos un alma mater: la escuela que elegimos, donde fuimos capacitados y obtuvimos los conocimientos y destrezas que nos permitieron ascender de jerarquía, hacer carrera, lograr un estatus y un mejor futuro.

Esa es la esencia de la milicia, el espíritu aspiracionista basado en la superación personal y la preparación continua, por amor a la institución que nos forjó y a la que servimos por muchos años. Un polo opuesto a la jungla política, donde hay que pisar al de abajo, olvidar ideología, principios y valores para lograr –al costo que sea– un cargo para servirse de él, por unos años.

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