Nuestros otros maestros
Daniel Uicab Alonzo: Nuestros otros maestros.
Además de los que nos instruyeron en las aulas, seguramente varios hemos tenido la fortuna de encontrarnos a varias personas que consideramos también como nuestros maestros, ya sea porque empezaron con nuestra educación, nos enseñaron un oficio, un deporte o afición, o más aún, porque fueron decisivos en algún momento de nuestra vida, y que ya como adultos consideramos que llegaron a ser de trascendencia. A ellos deseamos dedicarles estas líneas en el marco del Día del Maestro, celebrado el pasado miércoles.
Desde luego, nuestros padres son nuestros primeros maestros, como guías y comenzando nuestra educación y cuidado en casa. Mi padre, Enrique, fue el prototipo, pues desde pequeño fomentó en mí la lectura y, con sus charlas cotidianas, me imbuía el interés por averiguar más de algún tema de mi interés o curiosidad: “ven te muestro cómo hacerlo”, decía. Mi hermano mayor, Rafael, fue el segundo y de él aprendí que sus cuidados extremos (que me molestaban cuando éramos chamacos) eran parte de su responsabilidad: “soy tu hermano mayor”, expresaba; Todavía hoy, cuando necesito algún favor de él, sé que está ahí, siempre de buen ánimo: “mientras pueda, ahí estará”, me dijo recientemente.
En la adolescencia, en la Ciudad de México, don Salvador me enseñó no sólo un oficio del que viví algunos años, sino también la atención y el servicio al cliente, la pulcritud, el valor del ahorro, el amor a la familia. “Don Chava” (que en su adolescencia fue soldado y estuvo a punto de ir a la II Guerra Mundial) era uno de los mejores maestros peluqueros del barrio en la Calle 7 de Pantitlán, de buena charla, generoso con sus trabajadores y con otra gente.
Ya en la Marina tuvimos la fortuna de navegar con varios compañeros que guiaron nuestros pasos en esa institución de tradiciones, disciplina y aprendizaje permanente. No fue en mi primer buque, y lo atribuyo a la rebeldía propia de la edad, cuestionando órdenes o comisiones; sino en el segundo, el Guardacostas “Arriaga”, con base en Mazatlán. Ahí tuve la fortuna de encontrar a mis primeros maestros en el medio naval, oficiales que no sólo me enseñaron las artes de la marinería, las maniobras, etc., sino también me tomaron aprecio personal para guiarme por la senda correcta. De esa época decisiva recuerdo a Jorge Armando Zúñiga Valdivia, Diego Víctor Lanz Cano y Jorge Lara Naranjo; en otras unidades y dependencias, abonarían a nuestro bagaje: Florentino (Camilo) Peralta Murillo, Ezequiel Yépez Hernández, Alejandro Martínez, René Gómez Vite, Sergio Ruiz Rosas (+), Armando Espínola Bernal, José A. Herrera Mingüer, entre otros (hoy almirantes, capitanes y oficiales en retiro); con la mayoría mantenemos comunicación y fuertes lazos de amistad y hasta fraternidad.
En el ámbito civil también hubo varios (algunos ya no están esencialmente con nosotros) que dejaron huella al andar conmigo en paralelo a la vida en la Armada, fueron un equilibrio con la vida militar, un oasis en el que abrevamos conocimientos, amistad y fraternidad. , que hizo germinar un genuino deseo de superación. Sin olvidar a quienes guiaron nuestros primeros pasos en el periodismo, que se convertiría en mi segunda profesión. Creo que, a todos ellos, mis “otros maestros”, no los hemos defraudado, y la mejor retribución es impulsar a otros jóvenes que se cruzan en nuestro camino.
Anexo "1"
Y "el peor" jefe
También lo conocí en el Guardacostas “Arriaga”. Teniente de Corbeta de Intendencia, de la vieja guardia, compartimos por casi dos años (1975-77) el espacio de tres por tres metros que albergaba el Detall. Jesús Navarro González, alto, flaco, moreno, con huellas de viruela en el rostro, ceño fruncido, dientes amarillos por su afición a fumar Raleigh, escribía rápido y sin ver las teclas de las maravillosas Underwood, herencia de los “gringos” en esos buques construidos en la II Guerra Mundial.
Muy exigente con el maestre, el cabo y el comisionado que era yo. Éramos los últimos en salir francos, pues debíamos adelantar la parte de novedades, y los primeros en llegar, para entregar la parte y escribir los radiogramas de rigor. Fingía regañarnos, aunque siempre soltaba un chascarrillo para bajar la tensión. Ningún informe o legado mensual se entregaba extemporáneo; él elaboraba la documentación de pago y nunca vi reclamo alguno del Manejador “F” de Fondos. Amaba a su familia; Cuando andábamos navegando, les grababa mensajes en casetes que luego enviaba por correo (No existía el internet, ni teléfonos "inteligentes", como ahora).
El teniente Navarro consolidó nuestra afición a la lectura. Me enseñó la documentación naval de la A a la Z. Su especialidad eran las actas, que redactaba con lenguaje muy depurado, como de abogado. Bajo su enseñanza obtuve mi primera jerarquía de Cabo en 1976. Años después, lo volvió a encontrar en la Zona Naval de Guaymas, él ya como teniente de navío y vi cierto orgullo al verme portar mis dos cintas de maestre y dos ángulos dorados. Tampoco le fallamos al “peor jefe”, que para mí, sin duda, fue el mejor.