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Le decíamos el “Sanbenitazo”. Eran 30 días (o un poco más) de vigilancia en la frontera sur del país con Guatemala, marcada por las aguas del Océano Pacífico y el Río Suchiate hacia tierra firme en la costa chiapaneca. El puerto de San Benito sólo tenía un pequeño muelle de madera. En aquellos años de 1973-1975, nunca bajé a tierra desde nuestro Guardacostas, que navegaba en el mar patrimonial, la Zona Económica Exclusiva y los linderos de aguas internacionales.

Era un mes oteando el horizonte durante las guardias de mar. Cuando tocaba la “del perro” (de doce de la noche a cuatro de la madrugada), escuchábamos la radio de algunos países centroamericanos en un aparato de onda corta; los walkmans de casetes de cinta apenas comenzaban a popularizarse. No había nada atractivo en San Benito (luego se conoció como puerto Madero), pero ya se escuchaban planes para su desarrollo, que comenzó en 1975. Por esos años se instaló una partida de Infantería de Marina, luego un Sector Naval, y hoy es sede la XVI Región Naval, lo que habla de la importancia de lo que ahora se llama Puerto Chiapas.

Esa era la costa chiapaneca que conocimos en esas operaciones en buques de la Armada, que nos redituaron muchas singladuras. Hacia tierra adentro conocí ese Estado hace unos 15 años, en un viaje con mi esposa. Me gustaron poblaciones como San Cristóbal y Chiapa de Corzo, pero me asustó el peligroso y serpenteante camino hacia sus imponentes cascadas o subir al mirador en automóvil para observar el Cañón del Sumidero. Además, con frecuencia encontramos grupos de lugareños (resabios del Ejército Zapatista surgido en 1994), que cobraban una cuota por transitar por sus caminos.

Es probable que desde finales del siglo pasado se fuera asentando en Chiapas el crimen organizado, que se sumó a la problemática de la inmigración centroamericana –que ve en esa frontera la primera puerta para llegar al “sueño americano”–, no tanto desde la costa, sino desde el centro. En años recientes, los conflictos agrarios y/o religiosos entre grupos étnicos motivaron el desplazamiento de comunidades enteras; se informaba de enfrentamientos, masacres, violencia extrema. Los gobiernos en turno desatendieron este problema o sólo reaccionaban.

Hoy nos enteramos que cientos de pobladores de Chiapas huyen ¡hacia Guatemala! En busca de refugio ante la escalada de violencia generada por los cárteles en pugna por territorio de ese Estado, incluso con alta presencia de elementos de las fuerzas armadas y la Guardia Nacional. Guatemala ha blindado con militares su frontera, “para proteger a sus habitantes” de los grupos criminales, además de atender el problema de esa migración forzada desde Chiapas, informaron las autoridades de ese país.

Quienes conocen del tema, como el Colegio de la Frontera, señalan que desde hace más de tres décadas se advirtió del creciente conflicto religioso, que derivó en otra problemática. Lo cierto es que hoy Chiapas requiere con urgencia de una intervención de los tres niveles de Gobierno, no sólo para desterrar la violencia y evitar el desplazamiento de mexicanos, sino también para controlar los flujos migratorios desde Centroamérica, evitar los conflictos entre grupos y etnias, y propiciar el desarrollo integral de la entidad, particularmente en las comunidades indígenas con altos índices de pobreza. Algo así como lo que se ha hecho en la región istmo-costa con Puerto Chiapas.

Anexo "1"

Un mes sin pisar tierra

Decía que la vigilancia de nuestro Guardacostas por la frontera sur del Pacífico era de al menos 30 días. Durante ese lapso que al principio se nos hacía eterno, las restricciones a bordo eran principalmente de agua para bañarse: un cuñete (cubeta de 20 l.) cada tres días o cinco días, ya que el buque no contaba con desalinizadora. La alimentación siempre fue suficiente, pero muchos nos surtíamos de galletas y enlatados para algunos días.

No faltaba el pescado y el camarón que llegaba mediante trueque: trasegar un poco de diésel a los camaroneros a cambio de un par de canastas del “azul”, el de importación, que abarcaba toda la palma de la mano. Avistar el Guardacostas que venía al relevo era motivo de alegría entre la tripulación de casi un centenar de marinos.

Luego de la entrega de los comandantes en altamar, enfilábamos hacia Salina Cruz para el avituallamiento del buque y breve estancia de un par de días. Luego zarpábamos hacia Acapulco, nuestro puerto base, para el mantenimiento del barco y a esperar el siguiente “Sanbenitazo”. 

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