Lo importante es la travesía

Daniel Uicab Alonzo: Lo importante es la travesía.

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A punto de finalizar un año más, es bueno reflexionar sobre la estela de acaecimientos que nos deja el 2024 y mirar con renovadas esperanzas hacia el horizonte donde despunta el 2025 para reanudar el viaje por la vida, en el que lo más importante no son los puertos donde arribamos, sino la travesía que nos nutre de experiencias para estar en mejores condiciones de hacer frente a mares encrespados, temporales, vientos huracanados y otras inclemencias.

En este contexto, dentro de la tradición marinera se encuentran los símbolos, y entre los universales está el ancla, que todas las Armadas del mundo incluyen en sus uniformes e insignias: está presente en banderas, gallardetes y hasta en la decoración de la vajilla. Aunque ha evolucionado a la par de los buques, el ancla de cepo tipo Almirantazgo, que se usó desde tiempos antiguos hasta fines del siglo XIX, sigue dominando en la simbología naval.

Para los romanos, el ancla era símbolo de riqueza y comercio; para los griegos, confianza y seguridad, significado que persiste en la heráldica. En tiempos remotos, cuando las embarcaciones eran literalmente una cáscara de nuez, dependían mucho del ancla para su seguridad y de la tripulación; ahora los modernos buques cuentan con sofisticados instrumentos de navegación y grandes motores propulsores que los llevan pronto al fondeadero o puerto más cercano, en caso de mal tiempo.

En los buques de la Armada hay cuando menos dos anclas (a babor y estribor) y, según la tradición naval, debe haber otra “de respeto” o “ancla de la esperanza”. Esta última no está visible, creo que se quedó como un dogma de fe heredado de los viejos marinos. Aun así, confiábamos en que, si llegaba una tormenta, teníamos a bordo un ancla de la esperanza. Porque, como leímos en algún escrito: «el ancla es para el barco lo que la esperanza es para el corazón».

Por eso, el próximo año en que se nos advierte de turbulencia en lo económico y en otros ámbitos en nuestra nación, debemos tener fe en el futuro y no olvidar que tenemos un ancla de la esperanza que nos mantendrá firmes y seguros mientras amaina el temporal para salir del fondeadero y volver a navegar con buenos vientos.

Quienes rebasamos las seis décadas podemos confirmar la veracidad de sentencias y proverbios, y por eso decimos que siempre hay que tener fe en que vendrán tiempos mejores, que la nueva travesía será plena de acaecimientos que nos nutrirán de experiencias y conocimientos, y todo ese bagaje nos ayudará a ser mejores hijos, mejores hermanos, mejores esposos, mejores padres y mejores ciudadanos. Les deseo que 2025 sea pleno de oportunidades y siempre haya viento en popa.

“Morder el ancla”.- Del anecdotario marinero recordamos lo siguiente: La iniciación en la Marina tiene muchas vicisitudes que trascienden lo anecdótico. Los marineros bisoños o grumetes –como alguna vez fuimos– realizan todo tipo de faenas a bordo de los barcos, especialmente las que nadie quiere hacer, comenzando por “lampacear” la cubierta todos los días a la hora de diana, limpiar las sentinas o adujar la cadena que iza el ancla a la hora del zarpe (incluso a media noche o de madrugada), labor que se realiza dentro de un minúsculo pañol y vestido sólo con short porque acaba uno lleno de arena y lodo marino.

Además, los noveles constantemente son blanco de bromas por parte de los más antiguos, especialmente de los cabos, quienes les encomiendan faenas a veces imposibles de cumplir, como “cerrar las válvulas de guardabalance” para evitar el vaivén del barco atracado en puerto. Y hablando de anclas, se nos decía que una de las formas de evitar el malestar por el mareo era “morder el ancla”, y algunos incautos cumplían ese ritual o remedio, aunque a hurtadillas, para que nadie viera que caían en el garlito.

¡Muchas felicidades!

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