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Italia siempre ha sido un laboratorio. Fue cuna del fascismo y de movimientos de izquierda que no hubieran sido posibles en otras latitudes. Ensayó el trumpismo y sus formas en la figura de Silvio Berlusconi y su partido Forza Italia, y anticipó la decadencia de las democracias liberales con una coalición de dos partidos antisistemas: el Movimento 5 Stelle y La Liga Norte, siendo el primero una organización de corte populista y, el segundo, una exasperación de lo peor de la derecha italiana: xenófoba, clasista y racista.

Mañana domingo habrá elecciones en el país de la bota y si las encuestas no fallan, todo parece indicar que la ultraderechista Girogia Meloni será la primera ministra en Italia. Meloni y su partido Hermanos de Italia son herederos (sin ruborizarse) del Movimiento Social Italiano, organización neofascista fundada en 1946 por seguidores de Benito Mussolini. Ni más ni menos.

¿Cómo es que los fascistas están a las puertas del gobierno en Italia? Se explica por dos razones. El sistema político electoral italiano es un laberinto tan enrevesado que solo podría explicarse con el Infierno de Botticelli. Italia ha vivido una crisis orgánica de tal magnitud que ha sido capaz de permitirle a un corrupto como Berlusconi hacerse de buena parte de las televisiones en el país, concentrar un poder mediático enorme para así convertirse en primer ministro. La surrealista reelección de Sergio Mattarella como presidente y la renuncia de Mario Draghi como primer ministro en un gobierno sostenido en una coalición apuntalada más por alfileres que por un proyecto, refleja la inestabilidad política que se nota en un alto abstencionismo y un profundo rechazo y enojo de la ciudadanía hacia la democracia.

Por otro lado, está la guerra de Ucrania, la cual sacude a las economías del mundo, pero en especial a las europeas por meras razones geográficas. Putin ha movilizado más de 300 mil reservistas rusos luego de la contraofensiva ucraniana y ha dicho que no va de farol con la amenaza nuclear. Apostar por una resolución pactada y negociada del conflicto bélico no es un cliché pacifista, ni mucho menos. Es contraria a la enloquecida y sumisa diplomacia de la Unión Europea, que no encuentra otra razón de ser que servir como ariete geoestratégico para estresar a Rusia y en última instancia luchar por la hegemonía global con China, bajar los decibelios y salvar al mundo de un desastre nuclear de implicaciones desconocidas, pero seguramente de carácter apocalíptico.

Los efectos económicos de la guerra que los ciudadanos (pero en especial los europeos) están padeciendo en forma de encarecimiento de los combustibles y los alimentos básicos podrían provocar una recesión de proporciones catastróficas y es esa la mejor oportunidad para que la ultraderecha, el nuevo fascismo (sin camisas negras, pero con las mismas formas) termine de acabar con lo poco que queda de democracias liberales en Europa. Primero parece que caerá Italia en manos de Meloni y los neofascistas. ¿Qué país será el siguiente? Espero estar equivocado.

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