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El fútbol es el deporte más universal y democrático que existe en el mundo. Su carácter transversal permite el encuentro entre culturas, costumbres y tradiciones completamente diferentes entre sí. Uno puede estar lejos de casa, pero a través del fútbol se puede entablar una conversación con cualquier persona de otro país. La afición de este deporte está plagada de hazañas, sentimientos e historias que enaltecen los lazos sociales. Pero desafortunadamente, el dinero, el negocio, por encima de todo y de todos, se ha encargado de corromper la pasión del juego.

Desde que se anunció como sede de la Copa del Mundo, Qatar se ha visto envuelto en la polémica. La candidatura del emirato árabe estuvo siempre empañada de toda clase de acusaciones por corrupción.

En 2015 el Ministerio Público de Suiza inició una investigación por lavado de dinero y compra de votos en la elección de las sedes de la Copa del Mundo de 2018 en Rusia y 2022 en Qatar. A pesar de los escándalos que terminaron con las destituciones de alto cargos de la FIFA, incluyendo su presidente Joseph Blatter, las sedes no fueron canceladas.

Pero la ignominia no termina en la elección de Qatar como sede de la Copa del Mundo. Según el periódico The Guardian, alrededor de 6,500 trabajadores han muerto en la construcción de los estadios e infraestructuras. Las denuncias por pésimas condiciones laborales, precarios y salarios miseros son un clamor que las autoridades qataríes ya no pueden esconder. Miles de trabajadores migrantes de Bangladesh, India o Nepal han muerto trabajando bajo el calor de Qatar, lo cual nos demuestra que nuevas formas de esclavitud están presentes en pleno Siglo XXI.

Por si no fuera poco, la vulneración de los derechos humanos en Qatar es palmaria. El adulterio puede ser castigado con flagelación y hasta la pena de muerte; la homosexualidad es considerada un delito y según en palabras del embajador de Qatar para la Copa del Mundo, Khalid Salman, un daño mental y los gestos de intimidad en público pueden conducir al arresto. Las mujeres siguen subordinadas a la tutela de sus guardianes (padre, esposo, hermano) y deben pedir permiso para casarse, estudiar o trabajar.

¿Cómo es posible que ante todo el cúmulo de evidencias de corrupción y vulneración de derechos humanos Qatar siga siendo la sede de la Copa del Mundo? El dinero no tiene moral. Mientras el negocio siga funcionando, los derechos humanos y la vida de miles de trabajadores son prescindibles. Salvo algunas honrosas excepciones, los protagonistas: los futbolistas y cuerpo técnico han decidido optar por el silencio. ¿Y los aficionados? ¿Todo vale en nombre de nuestro entretenimiento como aficionados del fútbol? ¿Qué vamos hacer? ¿Mirar para otro lado y que la pelota siga rodando?

En su despedida como jugador profesional, Diego Armando Maradona entonó una de las frases más emotivas de todos los tiempos: “La pelota no se mancha”. ¿Después de tanta corrupción, hipocresía, muerte e injusticias en la elección y organización del Mundial en Qatar podríamos afirmar que la pelota no está manchada? Me temo que no.

La pelota está manchada y de muchísima mierda. Mirar para otro lado no debería ser una opción.

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