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La sesión 53 de Shakira y el célebre productor Gonzalo Julián Conde, mejor conocido como Bizarrap, ha desatado un aluvión inagotable de opiniones y críticas, desde diferentes ángulos y sensibilidades. Todas ellas con algún punto a favor.

La mediatización de la ruptura, llevada hasta las últimas consecuencias por la cantante colombiana, a través de una canción que atiza al ex jugador de fútbol, ha logrado poner en palestra buena parte de los discursos en contraposición que pululan en nuestras sociedades.

Por un lado, ciertos sectores del feminismo y mujeres en general plantean que la canción de Shakira es algo así como una catarsis empoderadora que permite hacer un ajuste de cuentas con todos aquellos agravios y comportamientos machistas. Por el otro, existe un planteamiento simplista que reza que Shakira es simplemente una mujer ardida, despechada. A medio camino de estas dos, se encuentra otro sector del feminismo, caracterizado por autoras como Judith Butler, que establece que aquello de que: “las mujeres ya no lloran, las mujeres facturan”, exhibe un feminismo mainstream (un feminismo pasado por el filtro del capitalismo) que plantea que una mujer no debe sufrir por nadie como forma de empoderamiento, discurso en el cual se refleja la autosuficiencia estéril que forma parte de los valores neoliberales. Aunado a todo esto, se encuentran sensibilidades más conservadoras que centran el debate en la posible afectación psicológica a los hijos de la ex pareja.

De igual manera, existen planteamientos que decretan que la polémica entre Shakira y Piqué sólo ejemplifica la decadencia de la sociedad del espectáculo de nuestro tiempo, donde dos multimillonarios dictan la agenda de la conversación, utilizando su vida personal como una carnada antojadiza y llena de morbo para generar una máquina de hacer dinero. Columnistas como Héctor García Barnés señalan que el futuro prometía convertirnos a todos en estrellas, darnos nuestros quince minutos de fama y nos ha terminado degenerando en mirones de vidas ajenas.

Otras miradas señalan el talento de Bizarrap, un joven argentino de 24 años para cargarse a los grandes emporios de la industria musical desde la comodidad de su dormitorio. Unas más conciben el ajuste de cuentas de Shakira como un ardid necesario que permite democratizar las miserias mundanas.

A título personal, considero que todas las posturas aquí planteadas llevan algo de razón. El problema radica cuando se manifiesta una necesidad imperiosa de elegir un bando, tomar una postura que nos impide enriquecer nuestra mirada. Decía el padre de los Estados del Bienestar, John Keynes, que cuando los hechos cambiaban, él cambiaba de opinión (lo cual no equivale a cambiar de principios).

Lo cierto es que más allá de posturas y sensibilidades, sigue existiendo una exigencia exacerbada e injusta de congruencia a todo acto reivindicativo o no que realiza una mujer. Sí, Shakira es una mujer que parece estar atravesando un proceso de duelo. ¿Quién no ha echado mil diablos ante el desengaño que produce las tribulaciones del amor? ¿Quién no se ha dejado las cuerdas vocales ante una letra irracional que no busca sosiego, sino reivindicar la pasión herida?

“Quién no sabe en esta vida, la traición tan conocida que nos deja un mal amor”, cantaba José Alfredo.

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