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En la sabiduría popular existe un viejo adagio que funciona según el optimismo o pesimismo derivado de la experiencia de la persona. “La gente no cambia” reza casi siempre la sentencia. Las personas cambian, siempre lo están haciendo, para bien o para mal. El problema de nuestras sentencias, creencias, opiniones o posturas más arraigadas es que en algún momento se vuelven inamovibles. Aceptamos aquellos que nos hemos dicho a nosotros mismos ya no como experiencia, sino como destino.

En reciento libro “El poder de las palabras. Cómo Cambiar tu cerebro (y tu vida) conversando”, el neurocientífico Mariano Sigman hace un repaso desde la ciencia sobre diferentes ámbitos del comportamiento humano para plantear una posibilidad de cambio positivo en nuestras vidas. Sigman plantea que, para cambiar nuestro comportamiento, nuestra vida hace falta tener buenas conversaciones.

Para establecer buenas conversaciones diferenciar entre lo qué es una conversación virtuosa y conversación infructuosa. Las redes sociales, a pesar de su inicial optimismo, no están diseñadas para conversar sino para aferrarse en las cosas que uno cree. En Twitter o Facebook, no queremos conversar, queremos tener la razón y pasear el cuerpo de nuestro interlocutor como Aquiles a Héctor en la Ilíada.

Una buena conversación necesita de un hábitat necesario: personas con una actitud receptiva, predispuestas a ser convencidas, que toman en cuenta el matiz contradictorio de los seres humanos; personas que pueden hacer notar buenos argumentos en dos puntos de vista contrapuestos y en última instancia, asumir que cualquier persona no lo sabe todo y puede cambiar de opinión (comenzando con uno mismo). Decía F. Scott Fitzgerald que “una inteligencia de primer orden era aquella que tenía la habilidad de sostener ideas opuestas en la mente al mismo tiempo y aun así mantener la habilidad de funcionar”. Una buena conversación es aquella que se cultiva, se procura, se sostiene.

Antonio Gramsci establecía que toda revolución era antes una gran conversación. Tener una conversación nos permite salir de nosotros mismo, poner afuera nuestras ideas, permitiéndoles retroalimentarse con el punto de vista de los demás, ver todo aquello que dejados de lado. Todo lo que nos parece irremediable, puede volverse remediable con la mirada del otro. Tener buenas conversaciones nos permite crecer, sanar; resignifica nuestras heridas y le otorga un cariz de trascendencia a nuestras alegrías.

Una buena conversación es una memoria sentida, asida en nuestros adentros como una fotografía.Para cambiar el mundo necesitamos dos cosas: perdonar y tener buenas conversaciones.

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