No llegó la revolución del amor (y II)

Enrique Vera: No llegó la revolución del amor (y II).

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Como sociedad tenemos cuatro tareas fundamentales para construir un mundo mejor y más justo. En primer lugar, el Estado tiene que definirse como garante del consenso social que se ha generado en la crisis actual: la defensa de lo público como símbolo de bienestar general ante la voracidad de los mercados y las grandes corporaciones.

En segundo lugar, es imprescindible comenzar a regular el mundo laboral. La pandemia propició que las grandes empresas tuvieran la inmejorable oportunidad de precarizar aún más las condiciones de trabajo y convertir los derechos laborales en una quimera. La falta de perspectivas de un empleo digno les está quitando la posibilidad a los jóvenes de emanciparse de sus padres y tener algo tan esencial como un proyecto de vida, y a los no tan jóvenes de llegar a fin de mes.

Las luchas de hoy y mañana son y serán por la dignidad de un mundo donde nadie sea tan pobre como para tener que venderse y nadie sea tan rico para poder comprárselo.

En tercer lugar, es urgente apostar por una fiscalidad progresiva para las grandes fortunas. Hay un error ontológico en nuestra sociedad cuando durante la pandemia los 50 más ricos del mundo aumentaron su fortuna en 640,000 millones de dólares, mientras millones de personas entraron en situación de pobreza.

Los multimillonarios tienen que pagar más impuestos porque se han beneficiado más de las infraestructuras, servicios e instituciones que se costean con el dinero que sale de los bolsillos de todos los contribuyentes. Por tanto, es primordial prohibir y perseguir toda clase de ingeniería fiscal que se utiliza para evadir impuestos y, por supuesto, eliminar los paraísos fiscales.

La cuarta y última de las tareas quizá sea la más importante y a la vez más compleja. Para imaginar otros mundos posibles es necesario pensar otra manera de relacionarnos como seres humanos donde la responsabilidad sobre nuestro actuar sea tejido desde lo colectivo y no sólo como un asunto personal. Si algo ha demostrado la Covid-19 es que la mejor forma de cuidarse es procurar el cuidado de todos: salud pública, educación pública, trabajos dignos, derecho a una vivienda, a la cultura, a la información.

Es de vital importancia construir una revolución cultural que ponga por delante valores que apuesten por lo común, por un nosotros. Para ello es necesario articular toda una clase de dispositivos culturales: series, películas, libros, videos, charlas, encuentros, etc. Una serie de televisión es mucho más potente a la hora de cambiar el sentido común de una época que cualquier boletín oficial del Estado.

Hay que terminar con la fiesta desoladora del individualismo e imaginar un horizonte en donde compartir nuestros sueños y sufrimientos. Crear espacios urbanos diseñados para encuentros genuinos. Las plazas como centros de la discusión pública y no como meros centros comerciales.

Los seres humanos olvidamos pronto, no sólo por ingratitud, sino como una forma de sobrevivencia. Por el entusiasmo de quitarnos el cubrebocas y volver a hacer nuestras vidas como eran antes, hemos olvidado las lecciones de la pandemia.

Toda nueva gestación de un mundo más igualitario siempre será acompañada de nuevos intentos de opresión de los mismos que te dicen que para ser como ellos tienes que levantarte temprano

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