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Hay que tener cuidado con lo que hacemos con nuestro pasado. En el seno de la romantización de “todo tiempo pasado fue mejor” anida una pulsión reaccionaria que nos impide construir hacia el futuro.

La nostalgia es un sentimiento ambivalente de añoranza. Se recuerda el pasado con un júbilo mezclado con tristeza. Recordar cuando éramos más felices, más plenos o más delgados infunde un motivo de orgullo que justifica la existencia o las miserias. “Cuando yo era joven era el más…”. En cambio, la melancolía es cuesta abajo; es la autoflagelación por todo aquello que hemos perdido: los años mozos, el status social o la pareja que decidido buscar en otros brazos nuevas ansiedades.

Pero la nostalgia y la melancolía trascienden del ámbito personal para convertirse en un estado de ánimo social con las peores de sus ramificaciones. El primer síntoma de esto es la actitud de las generaciones más antiguas con aquellas más jóvenes. Por ejemplo, es curioso cómo los millenials, que en ojos de la generación X eran unos blandengues que se quejan de todo, ahora se ensañan con los denominados centennials por la música que escuchan, sus formas de divertimiento o sus críticas hacia ciertos comportamientos censurables que antes eran normalizados.

Todo lo que venga después de un “En mis tiempos…” está cargado de condescendencia, así como todo lo que viene a continuación de un “pero” deslumbra verdaderas intenciones: “No soy racista, pero…, no soy clasista, pero…, no es por discriminar, pero…”.

Otro ámbito donde la nostalgia y la melancolía hacen de las suyas son las ciencias sociales. Muchos conspicuos pensadores han escrito frases que se utilizan para ya no explicar el presente, sino para sentenciar nuestro presente y con ello también nuestro futuro. Sí, es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo. Pero repetir esta frase como un mantra no es rasgo de inteligencia, sino la constatación de una claudicación.

El posmodernismo, corriente cultural de nuestro tiempo, piensa que entiende un mundo a través de una mirada cargada de cinismo, descreimiento, estupefacción e ironía fácil. Productos culturales como la serie animada Bojack Horseman son un ejemplo de ello: un caballo antropomorfo cínico (que vive de la nostalgia de su pasado) que pasa de todo y de todos, haciendo pasar esta actitud por inteligente. Los cínicos están sobrevalorados.

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