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Samuel García ganó la elección de la Gubernatura de Nuevo León, en 2021, de manera holgada y ante la perplejidad de propios y extraños. En un talante condescendiente, el análisis político del resultado se caracterizó por la pereza intelectual de sus hacedores donde proliferaron la simplificación y ridiculización del electorado.

Si la reflexión de alguien que aspira a gobernar o analizar un fenómeno político parte de la premisa “la gente vota esto o aquello porque es ignorante”, entonces apaguen las luces y vámonos todos.

La política no se trata de tener la razón, sino de tener éxito. Nos guste o no, la candidatura de Samuel García fue un caso de éxito. Punto; hay que analizarlo. Porque aquello que hoy desprecias y denigras políticamente, mañana te puede pasar por encima electoralmente, con todo y la pureza de tus ideas.

¿Cómo es posible que un personaje político aparentemente superficial, de pocas luces intelectualmente, con comentarios fuera de lugar un día sí y otro también, con tintes machistas y clasistas haya ganado la Gubernatura de su Estado? El logro del Gobernatore requiere un análisis sosegado. Además de una serie de variables geográficas, sociales, económicas y culturales particulares del Estado de Nuevo León -que aquí no mencionaremos-, el fenómeno político de Samuel García podría considerarse una variante del modelo de comunicación de corte trumpista que se ha diseminado en buena parte del mundo.

El primer elemento de este modelo es el posicionamiento. Cualquier dicho o barbaridad es válida para introducirse en la discusión pública, sobre todo si se es una figura poco conocida o en desventaja. La carrera presidencial de Donald Trump comenzó en torno a cometarios sexistas, racistas y francas estupideces. ¿No pasó algo parecido en el caso de Samuel García con sus comentarios machistas hacia su esposa o el inolvidable trauma que le causó su padre al llevarlo todos los domingos al club de golf?

El lenguaje utilizado en el posicionamiento presenta reglas: ser estrafalario, sin filtro, aparentar ignorancia; no importar parecer tonto, lo que importa es ser “auténtico”. Ante el descrédito de las instituciones y la democracia representativa, la gente vota todo lo que no luzca como un político convencional. Otro rasgo del modelo de comunicación trumpista es la apelación a un elemento identitario excluyente. En Estados Unidos: “AmericaFirst”: la conjura de un pasado idílico de la sociedad estadounidense. ¿Cuál? ¿Aquellos puritanos y conservadores años 50 donde se segregaba a los afroamericanos? No sabemos. La nostalgia -un pasado que fue mejor- puede ser reaccionaria.

En España, la candidata de la derecha a la presidencia a la comunidad autónoma de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, utilizó alusiones a una supuesta manera de vivir a la madrileña aunado a frases que pasarán a la posteridad: “Madrid es de todos. Madrid es España dentro de España. ¿Qué es Madrid si no es España?”. En el caso que nos atañe: “Ponte Nuevo, Nuevo León”: una construcción identitaria del neolonés -supuestamente- que implica un comportamiento echado para adelante, envalentonado, falto de modestia que apela a una superioridad regional con respecto a los habitantes del sur del país, que en la realidad no se sostiene.

El tercer elemento del modelo trumpista es la creación de fronteras antagónicas: adjetivar un enemigo, delimitarlo, otorgarle un nombre. Nada existe hasta que se nombra. No se puede combatir contra algo que no puede definirse. (Continuará).

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