“Saltburn”, “El Gran Gatsby” o el “Sr. Ripley”

Enrique Vera: “Saltburn”, “El Gran Gatsby” o el “Sr. Ripley”.

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“Saltburn”, la más reciente película de Emerald Fennell, abreva de una serie de temas tratados en otras ocasiones, tanto en el cine como en la literatura. En Oliver Quick, protagonista del film, al igual que en Jay Gatsby en la novela de F. S. Fitzgerald y Tom Ripley en la película de Anthony Minghella, está el anhelo del ascenso social. Los tres, son atraídos con el fulgor del glamour, el hedonismo de las clases acomodadas (las de verdad, no las aspiracionales), el resplandor de las joyas y la fastuosidad de las grandes moradas donde discurre en grandes proporciones el snobismo, la ampulosidad, la ostentación, los abandonos sensuales lubricados a base cócteles y buen champagne. En el mundo de la pompa, la moral es un accesorio de conveniencia. Es curioso como a raíz del estreno de “Saltburn”, comenzó a viralizarse en redes sociales publicaciones donde los millonarios presumen sus aposentos. ¿Por qué es tan atrayente el brillo vacuo del lujo?

En el caso de “El Gran Gatsby” (como en toda su obra), Fitzgerald hace una crítica condenatoria de los ricos para después perderse en ella. Condena aquella clase social a la cual no quiere dejar de pertenecer; la desea al igual que la desprecia. Dice Nick Carraway: “Gatsby creía en la luz verde, el futuro orgiástico que año tras año retrocede ante nosotros. En ese entonces nos fue esquivo, pero no importa; mañana correremos más lejos, extenderemos los brazos más lejos…”. En Gatsby, un alter ego de muchos de los sueños y fracasos de Fitzgerald, está el anhelo por encajar en un mundo que tolerará sus faltas en medida que no exponga sus miserias.

Por otro lado, Oliver Quick y Tom Ripley hacen de su deseo una obsesión que eliminará cualquier atisbo moral que ponga en cuestión su acceso al paraíso artificial. De alguna manera, “Saltburn” es una versión más perversa de “The Talented Mr. Ripley”, con un par de escenas incandescentes. Sin embargo, la película de Fennell se queda a medio a camino. No termina de ser una crítica social: el snobismo y frivolidad de los Catton luce un poco impostado. Y tampoco termina de ser thriller psicológico. La guionista y directora británica repite la misma fórmula de su ópera prima “Promising Young Woman” y vuelve hasta predecible el final de “Saltburn”. Se pierde en la forma y encomienda su obra a la provocación de un par de escenas, el talento de Barry Keoghan para la extrañeza, así como al magnetismo y la fotografía de Jacob Elordi. Nada más.

Todas las contradicciones de clase están, por supuesto, mejor logradas en la obra de F.S. Fitzgerald y riman con muchos de los discursos y comportamientos anodinos de nuestro tiempo: el mal gusto de los nuevos ricos, el culto al triunfador, el ganador, al hombre hecho a sí mismo, la admiración a fantoches y cantamañas (Elon Musk, por ejemplo); la autosuficiencia, el individualismo estúpido y falaz que piensa resolver los problemas de nuestro tiempo con simples actos individuales que tranquilicen la conciencia (no usar popote, sembrar tus tomates, comprarse un Tesla); la espiritualidad ensimismada que sólo se mira el ombligo y es incapaz de hacerse responsable del mundo que lo rodea. El oropel de nuestro tiempo. “She said: i wanna live like common people, wanna do whatever common people do, wanna sleep with common people”.

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