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En la sociedad del espectáculo, el horror se encubre con el humo, las luces y el maquillaje de una nueva performance. Por ejemplo, la náusea que provoca la pleitesía hacia un criminal de guerra como Benjamin Netanyahu en el Congreso de los Estados Unidos (en política exterior, republicanos y demócratas no son el mismo excremento, pero defecan parecido) sólo puede diluirse en la algidez de otra conversación.

El penúltimo escándalo (el próximo podría acontecer mientras usted lee esta columna) lo protagoniza una tiktoker española llamada Roro Bueno, que se ha hecho viral en redes sociales gracias a sus videos en donde cocina para su novio Pablo. Su contenido ha tocado una fibra sensible en torno al feminismo, acusándola, incluso, de promover un modelo de “Tradwife”: esposa tradicional; mujeres que asumen los antiguos roles de casas, vestidas de manera impecable, dedicadas al hogar y la crianza de los hijos. Como siempre, Dios escribe recto en renglones torcidos. Y como eterno retorno nietzscheano, este debate no es nuevo.

A la par de la segunda ola del feminismo de los años 70s que impulsó en Estados Unidos la Enmienda de Igualdad de Derechos, se gestó un movimiento conservador femenino liderado por Phyllis Sclafly (por favor vean Mrs. America, la serie protagonizada por la gran Cate Blanchett). Toda acción genera una reacción. Y más allá de los prejuicios o estereotipos inoculados, ya sea por las sociedades cerradas o por la religión, los dilemas éticos y morales de muchas mujeres que pertenecían al movimiento conservador no eran para nada descabellados y ponían de relieve ciertos aspectos que el feminismo de forma voluntaria o involuntaria parecía dejar de lado (algo habitual en toda revolución: las contradicciones).

Una de las mayores quejas de los personajes que simpatizaban con Phyllis Sclafly es que estas sentían que las feministas de la época demonizaban y caricaturizaban su rol como amas de casa. Y al desvalorizarlas, perdían su lugar en el mundo. “Si toda la vida te enseñaron que debes ser de una manera y de pronto, de manera abrupta, te dicen que eso no está bien, entonces, ¿quién eres tú?, ¿cuál es mi lugar en el mundo?, ¿me pasé toda la vida criando a mis hijos y me dices que ahora eso no cuenta?”, muchas de estas preguntas se hacían las mujeres que simpatizaban con Sclafly.

Eso sí, ningún espacio es inocente y Roro Bueno (desconozco si este sea su nombre real) conoce su contenido: voz melosa, apariencia recatada y maquillaje modesto, joyas, el prototipo de nuera perfecta y sabe perfectamente quien es su nicho y sus odiadores. Al final, las interacciones suman dividendos. It´s the economy, stupid.

La sobrerreacción todo lo pervierte. Y una o varias opiniones (lamentables algunas) se tornan en una categoría general. Que un par o varias feministas (o pseudofeministas o feministas de bolsillo) quieran linchar o quemar en leña verde a Roro Bueno no demerita a un movimiento con una historia y un planteamiento teórico de largo recorrido. Así como ser madre, ama de casa o dedicarse a la crianza de los hijos tampoco debería de darte ni más ni menos valía como mujer ni como persona. Se trata de poder elegir.

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