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La ciudadanía brasileña, en las que fueron sin duda las elecciones más cerradas de la historia democrática del país sudamericano, eligió a Lula como nuevo presidente. Durante los siguientes cuatro años, quien ya ha sido presidente de la economía más grande de la región “reconstruirá” la nación que, a decir de él y sus seguidores, destruyó Jair Bolsonaro durante su mandato.

Y es que Bolsonaro demostró ser el ejemplo perfecto, la representación fiel de la ultraderecha latinoamericana. Férreo partidario de las Fuerzas Armadas y la disciplina militar como característica de Gobierno, el ahora candidato perdedor y aún presidente abanderó cruzadas contra, por ejemplo, la vacunación contra el virus SARS-CoV-2, además de ser detractor de varios derechos humanos. Además, su gobierno fue abiertamente confesional al abrir espacios políticos para el credo cristiano que practica.

Pero sin duda lo que llevó a Bolsonaro a la derrota ante el progresista Lula fue su política social hacia los pobres. Si bien podríamos decir que ambos son populistas -a su manera-, el populismo del todavía presidente no pudo resolver los profundos problemas sociales que aquejan a Brasil, principalmente la creciente pobreza en la que se encuentran millones de personas y que aumentó tras el azote de la pandemia del Covid-19.

En cambio, Lula -quien fue acusado de corrupción hace algunos años, pero que fue exonerado por el Tribunal Supremo Brasileño por no haber un caso sólido en su contra- aboga y ha abogado desde su anterior gobierno por reivindicar diferentes luchas sociales, como la de los trabajadores. De hecho, el gran poder electoral de Da Silva proviene del sindicalismo y el sector obrero, además de tener en general una buena presencia entre el resto de los sectores populares.

Ahora que Lula regresa a la presidencia, también lo hace la “izquierda latinoamericana” tras un período derechista que vino a sustituir a los primeros gobiernos progresistas, tal y como lo platicamos en este mismo espacio el pasado martes. ¿Cuánto tiempo durará el momento izquierda en América Latina? ¿Logrará fortalecer la economía regional que, como el resto del mundo, está sufriendo una caída importante tras la pandemia? ¿Se concretarán ahora sí los proyectos de integración regional con los que soñaron los primeros presidentes de corte izquierdista de la región? Sólo el tiempo lo dirá. Por lo pronto, Lula tiene sólo cuatro años de gobierno para -otra vez- fortalecer su posición y asegurar una línea sucesora que haga mejor las cosas que Dilma, su antigua heredera política y responsable del ascenso de Bolsonaro.

¿Y qué papel jugará México en todo esto? Por los siguientes dos años, al menos, simular tener el liderazgo de América Latina, un liderazgo regional apenas sostenido por la labor de la Secretaría de Relaciones Exteriores. De ahí a que el obradorismo pretenda ser el gigante de Latinoamérica que llegó a ser hay mucho trecho. Hoy por hoy el liderazgo lo tiene, indiscutiblemente, el Brasil que acaba de dar vuelta a la izquierda.

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