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No es novedad que la educación en México presente problemas serios. De hecho, la novedad sería que el sistema educativo fuera verdadero motor de cambio social y desarrollo, como lo fue y sigue siendo en diversos países: Japón, Corea del Sur, Noruega, Suecia, China. Y eso que falta contar a los países que invierten en ciencia, la que está indudable y necesariamente ligada a la educación: Estados Unidos, Alemania, Francia. Una y otra vez se ha demostrado que invertir en educación es invertir en el desarrollo del país.

Últimamente resuena la idea de que la educación no propicia en nada la movilidad social, ni asegura un futuro prometedor: acto seguido, mencionan a las decenas de miles de profesionistas que hay en el desempleo o no ejerciendo su profesión. Claro, la mayoría de esas estadísticas se basan en sistemas educativos como el gringo, donde la educación real es extremadamente costosa para la población (la mayoría sigue pagando a sus cuarenta o cincuenta años lo que el banco les prestó para pagar sus estudios universitarios), o los sistemas educativos latinoamericanos, los que además de ser insuficientes, tienden a favorecer la aparición de instituciones que producen profesionistas al vapor, creando una sobreoferta laboral muy superior a la demanda, lo que al mismo tiempo abarata los servicios profesionales.

Por supuesto que la educación actual y el sistema que la produce no son factores decisivos para avanzar en la escala social o para vivir desahogadamente, pero no significa que no pueda serlo. La educación en México tiene que pasar por una verdadera transformación (no las de mentiras que tanto se promocionan), que vaya de lo material a lo teórico. Fabulosos los libros de texto incluyentes que serán entregados -si llegan- a escuelas que no tienen baños, agua, luz, y a veces ni salones. O, por el contrario, increíble la beca para que los estudiantes no dejen de estudiar las escasas matemáticas que traen los nuevos materiales educativos.

Maestros mal pagados, escuelas deterioradas y en condiciones lamentables, libros con errores, y recursos que no están impactando en la educación. Miles de millones de pesos destinados a sostener la decadencia y no a impulsar el desarrollo. No basta la propaganda o la guerra ideológica para resolver el problema educativo que nadie parece querer atender, y ahora algunos teóricos que sí pudieron ir a la escuela dicen que estudiar no sirve en la movilidad social. La verdadera revolución educativa no pasará por dos o tres “todes” y “todxs” en algún texto perdido, ni por pedirle a los alumnos una maqueta del pene capaz de eyacular o estar erecto. Tampoco es revolucionario dar becas mensuales o bimestrales a todos los estudiantes.

La verdadera transformación de la educación necesariamente implica mejorar de forma drástica las condiciones materiales que la conforman, de manera seria y responsable. Disculpe usted si no comparte mi opinión, pero me parece que este Gobierno no ha tenido las intenciones reales de hacer de la educación pública el motor de cambio social y desarrollo que promueven por otros medios. Si así fuera, lo menos que tendría que defender o presumir es el pírrico logro que significan los nuevos libros de texto

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