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Nuestra columna de “Odio a modo cobarde” (I), despertó gran interés, toda vez que muchas personas se interesaron, e inclusive, describieron cómo ese tipo de rencores y emociones enfermizas que se encuentran arrumbadas en oscuros archivos, muchas veces con soberbia, son incentivados por ignorante alfil que actúa a modo propio, sin informar al superior cuando de agresiones y cobardes ofensas se desarrollan. Me permito realizar algunas precisiones sobre términos utilizados al desarrollar mi opinión.

Actualmente se entiende que el término odio hace referencia a un sentimiento negativo o de rechazo, que experimenta el individuo como resultado de sus frustraciones (Mora, 1998), que tiende a ser vivido de modo muy intenso e incontrolable, despertando en las personas que lo experimentan una profunda antipatía. El odio se puede basar en el resentimiento a su objetivo, ya sea justificado o no, o más allá de las consecuencias negativas de relacionarse con él, esto por envidia o necesidad de atención, aunque se puede deber a traumas o desconfianzas. Freud postula que el odio puede tener un valor unitivo en la conformación de masas amorfas.

Pero, ¿es lo mismo rencor que odio?, un lector interesado cuestionó, entendiéndose que el odio es destructivo y disfruta con la destrucción del otro, el rencor es un sentimiento que, de alguna manera, nos envenena. Pues así, después de la segunda parte de “Odio a modo cobarde”, y en cuya primera entrega le recuerdo brevemente que abundamos sobre emociones negativas, complejos de aversión-ira, conductas contrarias a la ética y la racionalidad, análisis de las verdaderas causas del odio y, a manera de saga, nos preguntamos sobre la ceguera de contra quién desquitarse.

¿Por qué vertemos el odio hacia falsos culpables? Para entender ese verter el odio hacia los falsos culpables de una vida no cuidada, hay que echar mano de dos factores: uno secundario, la herencia “fascista” y autoritaria; por el otro, la manipulación omnipotente. El primero es consecuencia de una transición sin claridad, sin pedagogía, sin valentía. Pero el factor más terrible, creemos, es el segundo, esa manipulación tan poderosa que ha pasado a constituir el aire que respiramos.

Nos repugna enormemente la desviación del odio con agresiones a falsos culpables, cuyo único delito es generalmente la diversidad y la marginalidad. Nos repugna enormemente esa impunidad con la que sistemáticamente se contamina, ensucia y satura cualquier debate, cualquier análisis, con insultos y un comportamiento abyecto del minúsculo. Nos repugna enormemente la cobardía que se hace pasar por valentía y que deja en quien agrede una sensación tan falsa como ridícula de poder y de valor.

Necesitamos cooperar y elaborar estrategias colectivas en instituciones, empresas y lugares, donde ni los cancerberos del averno se asoman.

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