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Había una vez un hombre bueno que salió del Mayab rumbo al norte, en donde estuvo por varios años. Cuando regresó, no volvió sólo; Hunab Ku e Itzamná lo escoltaron, cientos de espíritus se apoderaron de su alma, ya sólo vivió para esta tierra bendita del Mayab milenario que mana miel, atole, chicle, sábila y henequén.

Fue maestro, escritor, poeta, dibujante, prologuista, traductor, crítico de arte, promotor y periodista cultural. Miembro distinguido de muchas comunidades de café en Mérida. En la Academia Cultural Peninsular del maestro Elly Marby Yerves lo conocí; de inmediato sentí un latigazo familiar en su mirada, aquel hombre de mediana estatura, tez blanca y sonrisa simpática me recordaba mucho a mi padre fallecido años atrás. Iniciamos así una bonita amistad que nos permitió conocernos y dialogar sobre las cosas de la vida. La educación y cortesía fueron el sello de su personalidad.

Su presencia en nuestras reuniones de café los miércoles, creaba un microclima único con insólitos sucesos de antaño y extraños seres mitológicos que danzaban en nuestra mesa confundiéndose con una realidad que deseaba huir para dar paso a un milenario pasado lleno de misterio, grandiosidad, invasiones, asesinato, explotación, esclavitud, guerra y oscuridad.

Lo visité en su casa de habitación, el despacho era una mezcla de biblioteca, cuarto y sala para los amigos; ahí se confundían libros, diplomas, reconocimientos, medallas y entre todo ese collage, en su escritorio como en un altar improvisado: su máquina de escribir, una vieja Olivetti. Después, le sobrevino una desafortunada caída estando sólo, ese fue el principio del fin. Un amigo en común llamado Tomás fue el ángel que lo rescató y logró su recuperación. La soledad lo siguió hasta dos casas de retiro y ahí continuábamos visitándolo sus amigos de la Academia Cultural Peninsular.

Su empatía y generosidad fueron admirables, aun estando en esa situación aceptó recibir a nuestro club de lectura “Cervantes” y disfrutamos de una bella tarde de conversación y literatura en dónde nos dio el mejor de los consejos posibles si quieres dedicarte a la escritura: “lee, lee mucho, hasta atragantarte y siempre ten contigo un buen diccionario de la lengua española y otro de sinónimos”. Gracias maestro. La ansiedad fue haciendo estragos en su salud y con el afán de buscar alternativas fuimos a sesiones de acupuntura.

Un sábado, 9 de marzo de 2024, ocho entrañables amigos lo visitamos para pasar una agradable tarde platicando y recordando anécdotas, le entregamos un reconocimiento como miembro distinguido de nuestra Academia, su sonrisa de satisfacción fue plena.

En el mes de junio pasado lo llevé a una consulta médica y después como si fuéramos dos amigos adolescentes disfrutamos de un sabroso sorbete de coco; ya él caminaba con dificultad. Decía que amaba el mar y que le gustaría descansar en él. Un día lo encontré muy triste y le pregunté qué le pasaba, no quería decirme nada, sólo movía la cabeza de un lado a otro, después de unos minutos, en los que respete su silencio, alcanzó a balbucear: “sentí que me mutilaron”, mientras acariciaba un libro que le lleve. Nunca supe a que se refería, es posible que extrañara a su familia.

Los últimos dos meses dejé de verlo, pues su salud empeoró y no permitían visitas en la casa de retiro donde se encontraba. El pasado 6 de agosto me levanté inquieto, estaba en un hotel de la ciudad puerto de La Ceiba, en la costa norte de Honduras, en Centroamérica; la noche anterior soñé que me encontraba en la milenaria ciudad maya de Tikal, en el Petén guatemalteco, un gigantesco árbol de Ceiba cubría la entrada de las ruinas y en ese momento sentí un deseo inexplicable de subir la escalinata del castillo. Desperté y me propuse hacer realidad mi sueño al retornar a Mérida. Por la tarde leí el mensaje de un amigo: “nuestro hermano ha partido”. Lloré, recordándolo con cariño, como si fuera otro papá al que despedía…, se llamaba Roldán.

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