Iglesias evangélicas, posmodernidad y sociedad (II)

Joed Amílcar Peña Alcocer: Iglesias evangélicas, posmodernidad y sociedad (II).

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El desarrollo del pensamiento cristiano, un conjunto de máximas inmutables, es sumamente complejo ante el panorama contemporáneo. Las verdades bíblicas que configuran la práctica evangélica son entendidas, por la amplia mayoría de las personas, como sinsentidos que no tienen cabida en el mundo moderno. Se trata de un escenario poco favorecedor para el estudio teológico, situación que se agudiza si la teología es vista como la única vía intelectual para la explicación de la realidad.

Al interior de las iglesias cristianas existe una línea de argumentación que propone a la teología como el prisma con el cual se debe observar a todas las ciencias, es más, el ideal sería transformar las ciencias de acuerdo al criterio teológico: sólo a través de ella se puede conocer lo creado. Las personas partidarias de esta postura rechazan, mayoritariamente, el uso de las ciencias sociales o naturales como complementos para su reflexión bíblica-teológica. Parece un hecho sin importancia, pero ello ha producido una dicotomía peligrosa expresada en la fórmula religión vs ciencia.

Posiblemente esta sea una de las expresiones más comunes en el debate sobre la viabilidad del pensamiento religioso, doctrinal o teológico: la condición imaginaria de la religión o la condición de la ciencia como soberbia humana. Ambas tienen un punto común: son extremos. Para la experiencia evangélica esto ha significado una desvinculación de fe y razón, por lo que los esfuerzos se han centrado en la aplicación bíblica para entornos de espiritualidad porque “del mundo no somos”.

Requerimos abandonar la idea de una iglesia separada del mundo, hacerlo implica la formación de una conciencia cristiana desde una macro ética del deber. ¿Para qué es útil esto? Donner menciona que Romanos 12: 1 y 2 es un pasaje paradigmático, puede ser interpretado como un llamado a la conciencia ética del cristiano: “al hablar de una fe cristiana integral, de una nueva forma de pensar, queremos acabar con la dicotomía que se observa en algunos cristianos evangélicos hoy. Han cambiado en algunos aspectos de su vida, dejaron borracheras, lotería, irregularidades sexuales -ya no van a la discoteca, a la plaza de toros, al cine pornográfico- pero no ha habido un cambio en su forma de pensar. Así, por ejemplo, […] miran los ayunos, la oración y las vigilias como algo meritorio, algo que muestra lo espiritual que son. […] No hay pautas para cambiar su forma de manejar el negocio, su vida profesional, intelectual, académica”.

La situación que plantea el autor previamente nos revela la existencia de un cristianismo líquido: el que se preocupa por una espiritualidad sin profundidad o simplemente estética o ceremonial, sin alcanzar una dimensión mayor asumiendo su responsabilidad en el mundo, no desde la cerrazón, sino desde la razón que pueda demostrar que existe en ellos una fe lógica. Para finalizar recurro a un comentario del pastor y teólogo Filomeno Chay: “no están en el panorama general de la predicación evangélica contenidos que interpelen los diversos aspectos de la modernidad y, más aún, de la posmodernidad, para dar respuestas razonables a desafíos sociales pluralistas y cambiantes en una sociedad globalizada”. Aquí está el desafío de las comunidades evangélicas.

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