Guerra en los basureros
Julia Yerves Díaz: Guerra en los basureros.
Si volviéramos sobre nuestros pasos quizá podríamos llegar al momento exacto en donde todo comenzó a definirse para entender cómo llegamos a nuestro propio puerto seguro. Miraríamos las primeras pulsiones, los primeros brillos en nuestros ojos que correspondieron a un interés naciente sobre tal o cual tema, los eventos definitivos en nuestras vidas que marcaron inconscientemente nuestro temple y que también nos dirigieron hacia elecciones que hoy forman parte de un ser completo, mediana o totalmente profesional, funcional, sociable, inserto en la vida y en los días que pasan exigiendo formar parte de ellos.
O todo lo contrario. Si miráramos atrás, podríamos también escarbar en el archivo de los años aquellos papeles escondidos que llevan el registro de todo lo que pudo haber fallado. Abrazaríamos lo que no funcionó, lo que hirió y lo que ahora da razón a tantos comportamientos para decidir salirse de todo, de lo que para otros funciona, pero para uno es motivo de ir caminando en las esquinas, en lo cómodo de la periferia.
En “Guerra de los basureros”, cuento largo de Guadalupe Nettel, conocemos una historia magistralmente narrada. El relato corre desde un principio y las imágenes son visualmente proyectadas. Se trata de una historia familiar y su encuentro cercano con un insecto reconocido: las cucarachas.
Nuestro personaje principal, de quien no conocemos el nombre ni la edad, pero calculamos aproximadamente diez años, deja su familia disfuncional, padre y madre, para ser acogido temporalmente por la familia de su tía Claudine, quien sí había logrado una familia funcional con hijos “buenos”, escuelas de renombre, criadas y un orden hogareño ejemplar en una zona de la Ciudad de México.
Entre ajustes, tristezas, un sentimiento constante de no pertenencia, y la detonación, a partir de su pie matador, de una invasión de cucarachas, nuestro personaje pasa de no sentirse parte de esa familia, a encontrar un vínculo vía insectos que lo hace ser equipo de un grupo de personas que hasta el momento no consideraba más que gente que lo alimentaba. ¿Qué los unió? Tras la primera cucaracha muerta. Vinieron más a establecerse en la casa. La situación entonces fue un caso de honor y guerra. ¿La solución? Unión y resistencia. Estrategia. Habrían de comerlas, condimentarlas, hacerlas en ceviche. Mostrarles que aún entre la distancia de años y generaciones que dividían ambas clases, había una supremacía que reinaba: la familiar.