|
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram

Habitar un espacio por un tiempo siempre trae posibilidades de estancia. Hipotetizamos nuestra vida mientras una mueca de sonrisa marca nuestra cara cuando nos proyectamos en una tierra que no nos vio nacer, un espacio que no llamamos casa; pero que, divertidos, queremos creer que podría serlo. Es casi inevitable; como si fuera un permiso obligatorio en el cual se nos da el derecho a soñar, a imaginar, a estar por un momento en una ilusión consciente de que correspondemos a cualquier parte del mundo y que somos capaces, como plantas, de soltar las raíces a través de los pies y sembrarnos para siempre.

Cuando era pequeña, mi parte favorita, después de una estadía en la playa, era el regreso a casa. Regresar a una comodidad, a los olores de mi habitación y a la bienvenida aparente de un espacio de concreto que esperaba por mí. La emoción comenzaba cuando dejábamos la carretera para entrar a la ciudad; era como una suerte de alivio. Llegar, descalzarse, meterse a la hamaca y recibir el abrazo de la ausencia concluida; para eso vive una niña melancólica. Ahora, en ejercicio agradecido a quien desde lo eterno me guía, y tras unos meses lejos de mi hogar, estoy retornando con un sentimiento diferente. No es un alivio: es una extensión de amor.

“Elisa vuelve a casa” del escritor nicaragüense Mario Martz, es un cuento largo que habla de retornos, esperas, fe, ilusiones y sentimientos complejos. Para él, la construcción de su historia va desde un encuentro hasta un desenlace inesperado. Su narración se siente, en medio de un hilo perfectamente estructurado y escrito, como si sostuviéramos la copa de vidrio más frágil entre las manos. No sabiendo qué movimiento la rompería o en qué punto de la historia se rompería por sí sola. Nosotros lectores, al mismo tiempo, somos partícipes; se dirigen a nosotros.

El narrador conoce a Elisa en un aeropuerto y tras una negativa por parte de migración, ella no logra ir a Madrid. Su destino y hogar, se mantienen en Nicaragua a la par que nuestro personaje masculino. La amistad crece y la atracción por ella también por ser una persona que emite la paz de quienes habitan la tierra con la mano procurando el cielo.

Elisa logra ir a Madrid y la separación se torna dolorosa. Años más tarde, la reconocería en la televisión nicaragüense, postrada en una silla de ruedas tras un conflicto nacional en Madrid, bajo la nota “Elisa vuelve a casa”. Volvió sin regresar; como otra forma de retornar a casa. 

Lo más leído

skeleton





skeleton