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A mi calle le está dando por apagarse. El problema no está en su gente, por supuesto. Quienes la habitamos mantenemos un movimiento constante que llena las escarpas y el asfalto de una luz apenas visible para los ojos de quienes pasan por suerte o transitan sin interés. Cuando anochece, por fuera la obscuridad se acentúa para dejar que los cuerpos al interior brillen como mejor les parezca. Los más cansados proyectan una iluminación tenue, los enérgicos van como destellos de un lado a otro imitando estrellas fugaces particulares.

El problema, de nuevo, es que a mi calle le está dando por apagarse. Es ahí arriba la cuestión, en los cables que vieron crecer a tantos niños y de los que colgaron tantos tenis. Están cansados. La visita violenta de un tráiler arrancó una de sus venas principales la semana pasada. La calle estuvo triste, estuvo enojada también. La reparación quirúrgica necesitó de médicos especializados en alto voltaje que, justo al momento de descansar el cuerpo con el aire frío artificial que arrulla para dormir, decidieron cortar el suministro sanguíneo eléctrico del bloque. “Era necesario, doñita”. Hoy la calle amaneció enferma de nuevo. Justo días antes había sido intervenida y nos había costado el calor en el cuerpo; el sudor en la hamaca.

En “El mundo”, microcuento de Eduardo Galeano, estamos frente a una narración fresca y hermosa que cuenta la hazaña de un hombre que ha podido subir muy alto en el cielo, ver el mundo y bajar para contar lo visto. En las palabras posteriores a la hazaña, comparte que “El mundo es eso -reveló- un montón de gente, un mar de fueguitos. Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás.” ¿Acaso miraba mi calle? ¿Miraba la tuya?

Existe algo misterioso en un apagón. Un súbito miedo al no reconocimiento de un espacio que en otras circunstancias conoces de memoria. ¿Sería la obscuridad absoluta ese detonante de un sentimiento nostálgico cuando la luz externa nos falta? Tendríamos que aprender a mirar desde arriba considerando que todos, como en mi calle, brillamos a nuestra forma con luz suficiente para mirar todo.

“No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tanta pasión que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca se enciende”

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