Mujer de pie
Julia Yerves Díaz: Mujer de pie.
Pensar en los castigos o reprimendas del pasado trae nostalgia. Recordar aquellos arrebatos de insurrección infantil donde ser perseguido con una chancleta mientras nuestro cuerpo ágil y explotado de risa caía ante un tino final, desata la sensación de necesitar un abrazo. Como si en la adultez anheláramos esa guía constante entre la buena conducta, las buenas palabras, lo que es correcto y lo que no.
Nos soltaron con la fecha límite que escogimos para irnos de casa, o antes, cuando decidimos dejar de escuchar. ¡Pero qué bien nos haría ahora! Imagina a tu madre o padre castigándote ahora, quitándote el control de la televisión porque ya has mirado suficiente, reclamándote el olvido imperdonable de las verduras que no consumiste a tiempo y ahora son composta inútil para el fondo del refrigerador. ¿No despertaría todo esto una ola de ternura incontenible? Personalmente iría a casa de mis padres para decirles “vine a que me regañes” y en cambio recibir palabras de aliento.
“Mujer de pie”, cuento largo del autor japonés YasutakaTsutsui, presenta una historia donde, contrario a nuestro pasado, la reprimenda se aplica para la populación completa. Mujeres, hombres, perros y gatos. ¿El método? A mí no me tocó. Pero sé de otras familias que aplicaron algo similar al dejar de pie en una esquina a todo infante desobediente para meditar sobre sus errores. Si el agravio era grande, estaría frente a la pared. Si por el contrario no sobrepasaba los límites, podía mirar, esquinado e inmóvil, la escena familiar que seguía sin el acusado.
Dentro de la historia, las autoridades de una ciudad sin nombre han dispuesto que ante cualquier queja, rebeldía oral de acción, convertirían a dicho sujeto en un gajo, una raíz, que sería plantada para posteriormente ser un árbol. Así, la ciudad completa estaba repleta de hombres gajo, hombres árbol, mujeres gajo, mujeres árbol, perros gajo, perros árbol, gatos gajo, gatos árbol. Castigo ecológico.
Cuando aún eran gajo, podían hablar y a pesar de un verdor interno conservaban sus capacidades humanas para pensar y sentir. Sin embargo, una vez árbol, cerraban los ojos que permanecían pegados entre ramitas y hojas, y su cerebro perdía función humana para priorizar función herbal. Vaya castigo. Difícil, para nosotros como lectores, conocer la historia de un matrimonio separado por este verde proceder. Él tan humano, y ella, plantada hasta los tobillos, no siendo todavía gajo sino solamente, una inmóvil mujer de pie.