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Me gusta mirar a la gente y considerar que su cuerpo humano en realidad es una construcción arquitectónica de cemento de carne, de bloques de órganos, de ventanas que son ojos, de bases que son pies, de vigas de venas, de adornos de plantas, de corazón de comedor. Son casas.

Soy una casa también. Mi construcción es móvil, me desplazo, me acuesto, muevo el cuerpo para ejercitarlo y suenan los platos de mi cocina interior al momento de hacerlo. Albergo, como muchas otras casas humanas, a todas las personas que amo y me aman. Cada una de ellas tiene su habitación que he vestido con sábanas olorosas y suaves, con flores del día, con perfumes de lavanda, café recién hecho y ventanas con vista al mar.

Mi interior de órganos orquestados por corazón y cerebro tiene la habilidad de convertirse en constructor y diseñador de interiores; en espacio seguro, en guarida eterna.

Rosario Panez, en su poema “Yo, casa” justifica mi teoría e invita, a través de sus versos, a que tú también te sientas casa. Que mires a tus adentros para contar las personas que albergas y que proteges del exterior para que nada les pase, para que nadie los toque. ¿Cómo es tu interior? Ella presenta el suyo de la siguiente manera: “Yo, como casa que soy, estoy habitada por los que amo, por los que viven en mí, aunque hayan nacido en otro tiempo, en otro lugar, porque dentro de mí existe un universo, que gira alrededor de la vida, sin tomar en cuenta el tiempo”.

Su descripción, de una ternura tremenda, proyecta una calidez de hogar que podemos reconocer: “palabras, sentimientos, retazos de mi vida, o mi propia historia, como si fuera un gran fresco, sobre mis paredes y techos, pasan ángeles volando, que llevan entre sus manos verdades, frescas y dulces como frutas”. ¿No suena ese interior a la casa de infancia? A los recuerdos de seguridad y despreocupación que reinan sobre tantos eventos que ahora, son reducidos a nada.

Para Rosario, su inquilino principal lleva nombres y apellidos de persona; su ser amado. De él hace una descripción de naturaleza, como si en su interior la casa fuera construida con verdor, troncos vivos, luces doradas de atardecer. Nosotros, seguramente tendremos más habitantes, y como la autora, cumpliremos de la mejor forma un juramento hecho de voluntad propia por cuidar a quienes viven dentro de nosotros. Con miedo de que nuestra casa se vacíe, pero también con el agradecimiento superior a quien permite que la casa interior esté viva; completa.

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