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Una de mis estudiantes, en su español complicado por no ser su lengua natal, me preguntó: “¿quién eres?”. Respondí con mi nombre, con la ciudad, estado y país en donde vivo, con mis estudios hechos en la universidad, con el número de personas en mi familia, y la especificación de mis labores. Lo hice en automático, sabiendo muy bien que su pregunta se debía contestar de otra forma. Qué complicado, ¿no? Uno no puede tomar súbitamente los minutos correspondientes para explorar en su alma y sacar las palabras de ahí para definirse de forma adecuada. Describirse y definirse; asuntos muy diferentes.

En esas ocasiones, en las que seguramente también te has encontrado, valdría la pena poder decir simplemente “pues soy Julia, una Julia”. ¿Pero qué es una Julia, o quién eres tú, quien me lee? La respuesta la conocemos, la sentimos, vivimos con ella cada día; lo complicado es que no existen tantas palabras para dar respuesta certera.

En “Dos pares en mil”, cuento ganador de una mención honorífica en el libro “Santiago en 100 palabras”, escrito por Álvaro Venegas, estamos ante una forma perfecta para definir la vida de alguien, su esencia, su rastro por la vida. El narrador, a quien no conocemos, habla sobre una mujer que figura como parte de su memoria histórica. El nombre de ella lo ignoramos también pero no importa, tendremos información suficiente para poder resumirla.

“La señora vende calcetas en la calle. Dos pares en mil. Lleva 25 años en lo mismo. Desde que comenzó han nacido sus cuatro hijos. Ha tenido dos maridos y un conviviente. Ha visto pasar millones de transeúntes y presenciado cientos de lanzazos. Se ha resfriado 54 veces y la han operado en tres ocasiones. Ha visto en el poder a un dictador y a cuatro presidentes. Ha soportado 35 temporales y 13 inundaciones. Ha asistido a 246 misas y a 16 funerales. Se le han perdido tres gatos y un perro. Pero no siempre fue así. Antes vendió peinetas”.

¿No es esta la vía más hermosa y original para definirnos? Si fuera así, diría que ha habido dos periodos de Covid en mi cuerpo en un año, que me he resfriado unas veintitantas veces, que escribo en este espacio desde hace seis años y que, aun así, me cuesta encontrar las palabras para decir quién soy. Quizás todos deberíamos optar por las palabras del otro, de ese quien, de lejos o de cerca, no ha dejado de mirarnos, de aprenderse cada etapa nuestra, cada evento, cada característica; quien no ha dejado de contar nuestra historia.

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