|
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram

El consejo ajeno siempre se encuentra diligente en caso de dolor. Y es que todos, absolutamente todos, vivimos nuestros días con alguna partecita interna o externa que se anuncia como recordatorio del paso del tiempo, de viejas heridas obtenidas en batallas luchadas en singular, o de condiciones que podemos ahora presentar como extensión nuestra.

Dolor de rodilla, dolor de espalda, dolor de cabeza, dolor de la ausencia, dolor de lo imposible, dolor de los que estuvieron, dolor de los que acaban de irse, dolor por los nuestros, dolor por golpes desapercibidos, dolor de caídas; dolor de la vida. Nos ha tocado uno, o varios, y más que luchar contra ello hemos llegado a un acuerdo para vivir en armonía tolerable. “Se aprende a vivir con dolor”.

Quien escribe ahora lo hace con compañía. Una crisis de migraña me ha visitado el día anterior y con penosa visión dispongo de los movimientos de mis dedos para escribir lo que mi mente ahora, entumecida por dolor, no logra decir certeramente. A mi lado, o más bien, dentro de mí y al norte de mi cuerpo, la migraña está sentada como niño regañado y cabizbaja juega con sus dedos para disculparse por lo ocurrido. Me dice que también ha sido mi culpa, “¡ingerir un alimento prohibido!, ¿cómo pudiste?”. No le hablo, me niego a dialogar, quiero ser ajena a ella aunque llevemos más de una década juntas.

“Renunció a los gestos”, es un cuento del escritor hispano-colombiano Antonio María Flórez. En él, exponiendo un caso diferente en cuanto al manejo del dolor, un personaje sin nombre recibe el consejo/remedio de salir al jardín y lavar su cuerpo con agua de azahar, después tenderse sobre su cuerpo con los ojos cerrados y los brazos abiertos para esperar el alivio necesitado. No ocurrió mucho, salvo su cuerpo llenándose de ramas que lo abrazaron al mismo tiempo que su cuerpo se rendía en una combinación perfecta entre la esperanza del milagro para que el remedio funcione, y la duda cargada de realidad que lo hacía saber que todo eso, servía para nada.

Qué difícil, ¿no? Querer y necesitar el alivio cuando por dentro sabemos que lo que duele, duele; da tregua, pero no se va. Quizás, para buscar el lado divertido del asunto, al igual que nuestro personaje, tendríamos que optar por obedecer el consejo ajeno y probar todos los remedios improbables, las novedades, intentarlo todo y no desistir. Igual y en una de esas, el dolor se asusta de habitar en un cuerpo tan irremediablemente necio, y se va.

Lo más leído

skeleton





skeleton