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Me gusta mirar a la gente. Lo he sabido siempre y ahora mi deleite se agudiza. En un principio el acto radicaba en mirarlos pasar y despedirles de ese encuentro de segundos para esperar al próximo transeúnte. Los dejaba ir agradeciéndoles el paso con un “buenas tardes-buenas noches”, o una media sonrisa que se plantaba en mi boca lo suficientemente amigable para no crear ningún recuerdo y solamente disfrutar del momento. Era suficiente.

Ahora, tras un encierro obligatorio por virus invasores de cuerpos indefensos, no solamente miro a quien pase, sino que también le invento una vida. Sin juzgar, porque nunca está bien hacerlo, imagino el proceder de la señora que pasa con su bolsa de pan francés y su coca cola. Va a cenar, lo hará con gusto. Comerá una de las dos barras para poder desayunar la otra al día siguiente. Si tiene niños la partirá en cuatro partes y hará sándwiches con el. Preparará, con la diligencia de un adulto consciente, leche chocolatada para ellos y el líquido negro de los adultos lo reservará para ella y su esposo. La cena es deleitosa, pero cotidiana, es un jueves o miércoles más y su automatismo dicta este tipo de decisiones. Y así, su vida que ahora es un fragmento, en realidad es un conjunto de maravillas que debe ser contada.

En “La jirafa” de Juan José Arreola, estamos frente a un cuento que intercala dos elementos compatibles con mis letras anteriores: la creación por mano de Dios de las jirafas y la asombrosa complejidad de su existencia.

Pareciera un tema cualquiera, pero como todo, cuando es mirado de cerca, despierta una serie de fascinaciones existenciales por demás valiosas. La historia comienza así: “Al darse cuenta de que había puesto demasiado altos los frutos de un árbol predilecto, Dios no tuvo más remedio que alargar el cuello de la jirafa.” La imaginación se agita, se muestra dispuesta, queremos saber más.

“Hubo que resolver para ellas algunos problemas biológicos que más parecen de ingeniería y de mecánica: un circuito nervioso de doce metros de largo; una sangre que se eleva contra la ley de la gravedad mediante un corazón que funciona como bomba de pozo profundo”. Habría que realmente observarlas y dar el crédito correspondiente a su creador.

Y en ese sentido, ¿qué ajustes habrá hecho Dios para cuanta persona pasa frente a mí y es motivo para mis historias del cotidiano? Les habrá hecho más grande el corazón, más fuerte la paciencia, más constante la resiliencia; sólo basta observar.

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