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La sazón tiene cara. Los ingredientes, por el contrario, tienen voz. Y quien diga que la comida no es una forma de expresión, miente con todos los dientes. Si pensamos en la idea de que cada persona que cocina deja un poquito de sí en el resultado final, aprenderíamos a mirar los gestos y sentimientos del momento dirigidos hacia la olla. Encontraríamos frases ocultas en los ingredientes, que pacientes, se moldearon de acuerdo al movimiento de una mano expresiva.

Por supuesto que eso, idealmente, es un cocinar armónico y no todos son así. Existen procesos de creación culinaria que suponen dolor infligido, engordamiento feliz engañoso y muertes difíciles de ver. Hay también tortura momentánea, exposición violenta a temperaturas altas y a veces, desollamiento. Y como todo, una mala muerte o un mal proceso, también estarán expuestos en el primer bocado: una carne dura, amarga, sin sabor, triste.

En “Alta cocina”, cuento corto de Amparo Dávila, estamos frente a un relato narrado a través de la voz de un niño. Él, desde su inocencia y sensibilidad, deja clara su desaprobación hacia tres cosas en particular: el ingrediente principal de una comida, la forma de prepararlo, y su familia.

Así, tomando los ojos de la imaginación, somos capaces de mirar cada escena que de su voz se describe. Primero, habla de un ingrediente que no se menciona pero que podemos intuir que está vivo: “nacían en tiempo de lluvia, en las huertas. Escondidos entre las hojas, adheridos a los tallos, o entre la hierba húmeda. De allí los arrancaban para venderlos, y los vendían bien caros” ¡Una exquisitez rara entonces! Una exquisitez con guiños de ternura; porque como sabemos, en ocasiones la muerte animal sólo duele cuando el sacrificado es bonito, adorable, suave.

El proceso para cocinar este ingrediente sin nombre, lo ahorro aquí. No es necesario describir el sufrimiento; basta saber que chillan. Y eso, para el niño, era totalmente inadmisible. El cuello alto en la sobremesa por el hecho de ofrecer dicho platillo, los movimientos meticulosos de la cocinera dotada para la cocina y la constancia de representar justamente la comida de cada domingo, fueron demasiado para soportar.

Quien narra, aparentemente desde la memoria gustativa de un recuerdo y un sabor que no se van, se refiere a tal evento como la última vez que estuvo en casa. Es sabido que hay platos que representan caras de familia, sonidos, tristeza y dolor, y de esos, es preferible no volver a comer

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