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Hay apellidos que nos persiguen desde el momento en el que los escuchamos por primera vez. Se sienten bien en la boca y entre los labios, nos dan una impresión difícil de explicar porque llevan realmente a una sensación que no se puede nombrar.

El primero es el propio. El instante mismo en el que fuimos conscientes de ello corresponde realmente a una suerte de momento mágico. Para mí, ocurrió un día de escuela, aproximadamente en el cuarto año de primaria. Nos habían pedido sacar una hoja suelta en donde anotaríamos nombres y apellidos con rojo inicial, fecha, título “dictado” y el nombre de la materia. En ese segundo, en ese instante, supe que mi identidad real y la forma en la que fui concebida era de una Yerves Díaz. Pensé mucho al respecto, en mi consciencia infantil de tener que escribir todo eso hasta la eternidad de mis días escolares.

Para Roberto Bolaño, narrador del cuento “Sensini” bajo el nombre de Arturo Belano, la fascinación vino ajena a su propio apellido que muchos años después sonaría constante en la boca de tantos. Para él, Sensini, tan delicioso en las eses y en las íes, personificaba la magistralidad de quien tiene talento para la pluma y para hacer de cualquier concurso literario, una oportunidad para ganar.

Dentro de la historia, magníficamente escrita, conocemos el nacimiento de una relación epistolar con aires de complicidad, confesiones de vida, guiños a dictaduras y astucias autorales para ganar más de un concurso con el mismo cuento. Una relación de admiración mutua que solamente quienes escriben, y mantienen el ego humilde, pueden tener con otro escritor.

Para nosotros, quienes leemos, la experiencia resulta casi como si estuviéramos leyendo el intercambio de cartas desde Barcelona y Girona, como si las tuviéramos en la mano y asumiéramos voces y reacciones que nunca existieron físicamente, pero que al relato son evidencias reales. El cuento está vivo, habla, se mueve, concursa, llora, se entristece, se ilusiona.

Belano-Bolaño, en su cuento, apela a la belleza de la escritura de alcance. En él viven palabras simples que danzan con las situaciones más complejas o que se sonríen cómplices con la historia de exilios forzosos, presentaciones familiares en fotografía dejando la distancia como espacio prudente para evitar el cariño de quien no se conoce, de amistades verdaderas inconfesables, y una admiración natural y honesta por un apellido que es una persona, que es un escritor y es un hombre: Sensini.

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