Dentista
Julia Yerves Díaz: Dentista.
Escuchar las narraciones que surgen de la perspectiva infantil siempre es un asunto de gran deleite. No por las incoherencias, la falta de estilo, o un mal uso verbal; sino por la belleza de descifrar el mundo con unos ojos que miran desde abajo para arriba, a menos de un metro de altura con la inocencia absoluta de quien no tiene filtros y hace inconscientemente el trabajo de explorador de la vida.
Desde escenarios imposibles, fusiones entre el pasado, presente y futuro, saltos temporales, personajes inimaginables e historias que continúan por noches completas y que al antojo se extinguen o mutan, conectores constantes de “y, y, y”; nos rendimos ante la belleza absoluta de un pequeño humano que aunque inexperto, tiene mucho por decir.
En “Dentista”, cuento del escritor argentino Luis Mey, estamos frente a un relato que se crea y vive en la voz de un niño como personaje principal. ¿La edad? Diría entre unos cuatro o cinco años porque tiene edad suficiente para comprender la muerte en su significado más básico y también para no controlar sus esfínteres en caso de susto.
De los siete personajes que conocemos, sólo tres se han ganado el honor de ser nombrados: Druppy, el perro del niño, Margarita la vecina y su perro Dentista. Los demás son: mami, papi, esposo cara de caricatura de Margarita, y el niño narrador. Advierto que no es una historia fácil, y a tiempos duele; sin embargo, la realidad con la que se narra genera que nosotros como adultos sintamos menos y comprendamos más.
Druppy es envenenado por Margarita la vecina, le ha dado una albóndiga con matarratas como consecuencia a sus constantes ladridos molestos noche y día, con lluvia o sol, todos los días del año. Ella se había quejado, por supuesto, pero ¿qué puede hacer un perro sino ser perro? Naturalmente, el niño llora la muerte de Druppy y asiste al funeral que se lleva a cabo en el patio, junto al limonero; le da un beso de despedida y se alegra porque esta vez Druppy no le lanzó mordida.
Poco tiempo después, el niño descubre que todavía puede jugar con Druppy, lo saca del pocito y lo vuelve a enterrar a su antojo. Druppy está cada vez más feo y huele mal, pero el niño puede darle besos y ponérselo encima. Un día, a pleno juego entre los dos, el niño escucha los gritos de Margarita. Dentista se había comido al bebé recién nacido de Margarita. Para el niño, la única claridad dentro de todos estos eventos recientes es que Druppy, al contrario de Dentista, era inocente.