Cruz, el gañán
Julia Yerves Díaz: Cruz, el gañán.
Los días se miden en rutinas apenas cambiantes. De infantes, notamos un ligero cambio entre el tiempo de escuela constante y vacaciones de verano; así concebimos la vida. Como adultos, sabemos exactamente el mes por el que transitamos, pero tener conciencia de la fecha exacta es pedir mucho cuando todos los días parecen iguales.
¿La culpa? De nadie. ¿O sí? De la modernidad, de lo virtual, del entretenimiento efímero, de la inflación, de la necesidad de hacer mucho para estar bien, de la rapidez con la que hemos perdido paciencia, del calor, de la sequía, de las guerras, las muertes, de las injusticias; de todo lo que aprieta el corazón. No es raro entonces, ni injustificado, buscar un pequeño confort en lo que sí podemos controlar: el día a día.
¿Y si pudiéramos presentarnos entre todos evitando los nombres y más bien hacer una enunciación de nuestra rutina? Mi nombre es tal, despierto a esta hora, normalmente desayuno esto, trabajando en aquello, por las tardes me enfoco en esto, me gusta cenar esto, me duermo a esta hora... no es mala idea. Sabríamos más, adivinaríamos menos.
“Cruz, el gañán”, de Salvador Novo, es un poema en prosa que ofrece una vista completa hacia la existencia de un hombre que ha tenido la misma rutina durante toda su vida. Su nombre es Cruz.
Contrario a nosotros, no conoce de horas ni de días, sino de luz. Muy temprano con los primeros rayos de Sol, pasa por la tienda para tomar un traguito y quitarse el frío antes de trabajar con los animales en el campo. Luego esos rayos le queman la espalda y cuando el ardor alcanza el punto medio, su esposa llega con el almuerzo. Después de una pausa, se pone de nuevo detrás de la yunta y continúa laborando hasta que ya no ve nada y comienza a sentir frío. De regreso pasa por otro traguito en la tienda. Habla para sí solo, con voz bajita, llega a su casa y se acuesta junto a su esposa. Su gran cambio es el sábado, el día de su raya. Del sábado y domingo le interesa el dinero y el tiempo muerto, lento y sin indicaciones, para seguir tomando, hablándose en voz baja.
Es posible verlo. Anticipar sus movimientos, sus pausas cronometradas con el reloj de la luz, sus palabras perdidas después de años de repetición, su cuerpo cansado indispuesto a cualquier cambio y novedad. ¿Es así como nos veremos en futuro? ¿Sabrá alguien describirnos de esa manera? ¿Llegaremos al automatismo amable haciendo las paces con el mundo? Ojalá que sí, porque también existe poesía en ello.