|
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram

Supongamos que podemos hacer magia. Que en este mundo por el que transitamos formara parte de la cotidianidad el hecho de que algunas personas pudieran hacer magia. ¿Por qué no todos? Porque sería el caos, el desorden que nadie quisiera ordenar; una entropía testaruda, humana, y absolutamente impredecible.

Imaginemos que sólo algunos cuántos elegidos pudieran hacer magia y que sus habilidades correspondieran a una recompensa por su excelente sentido de la ética, por ser humanos ejemplares, por no significar ningún riesgo para la sociedad y así evitar conflictos de poder, catástrofes económicas, peligros sociales. ¿Su trabajo? Se advocarían al entretenimiento, a la resolución de problemas ambientales, a traer la lluvia en épocas de sequía, a proveer alimento para el pobre, a crear un domo de sombra urbana, a mantener una armonía constante. Serían formados, habría escuelas para esto; para moldearlos bien y no fallar.

En “Escuela de magia”, cuento de Etgar Keret, estamos frente a un relato donde el escenario anterior es posible. Y no sólo posible, sino normal y socialmente aceptado. ¿Quién no quisiera poder hacer magia, ser admirado y ser aplaudido? 

Quien narra sin nombre, menciona que ha recibido la formación académica suficiente para lograr cosas increíbles honrando el lema de la escuela “Puedo hacerlo todo”, “El cielo no es el límite”. En la universidad, sus capacidades son vastas, sus trucos tienen un nivel mayor y su futuro se anuncia prometedor al saber que realmente podrá hacer todo.

Fracasa en grande. No trabaja para nadie ni contribuye para la sociedad. Se dedica a viajar y establecerse en Estados Unidos donde sus días se resumen en convertir dinero a partir de latas de refrescos; en un buen día, por ejemplo, puede hacer seiscientos dólares. No hace el mal, pero tampoco el bien. Sus días, monótonos e improductivos, transcurren entre sentires de insuficiencia personal, de mediocridad dolorosa; de estar demasiado listo para la vida y no lograr hacer mucho. Un mago sin trucos.

Es un relato, por supuesto; no es real. ¿Entonces por qué tenemos la sensación de poder crear un puente, o mejor aún, de haber visto ese mal número antes? La magia entre las palabras de la historia parece similar a una realidad que conocemos y que, por desgracia, no provoca admiración. Grandes humanos con grandes capacidades, prestigiosas escuelas y formaciones excelentes, ¿para qué? Para pocas oportunidades, poca audiencia y pocos aplausos.

Lo más leído

skeleton





skeleton