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Me gusta pensar en las lecturas prohibidas, en los libros que nacieron para ser vetados por causar escándalo, por sacudir, por cuestionar lo existente y por tildarse de rebeldes; por adelantarse a su tiempo. ¿Habrán imaginado que su naturaleza, tan impura y negada en aquellos días, sea ahora una caricia leve incapaz de escandalizar al mundo que gira en este año en curso? Probablemente no.

Personalmente, nunca se me ha negado un libro; es una suerte de la que soy consciente. Todo cuanto quise leer estuvo al alcance de mis manos y sin advertencias al respecto. Sin embargo, en una tierna adolescencia conocí la sensualidad en un pasaje de libro y me obligó, apenada y dudosa, a cerrarlo al instante. “No debo leer esto”. Me faltaban años; tiempo. Tiempo para entender, para evitar el escándalo y no sentir el peso de la conciencia o unos ojos y voces invisibles e inaudibles, diciéndome que no debía continuar.

“Diarios”, de Alejandra Pizarnik, es lo que considero un juego entre los dos escenarios mencionados anteriormente. ¿Lo prohibiría? Sí, porque existen almas tan frágiles que al cabo de cincuenta páginas estarían sumidas en la más grande de las tristezas y el agobio entorpecería su intelecto creando una incapacidad de asombro, y de aprecio. ¿Lo recomendaría? Absolutamente, porque existen otras almas que sufren, que no quieren cerrar los libros cuando lo que se lee duele y es real, cuando el contenido de una vida narrada se torna pesado e invade; para ellos son sentimientos familiares.

1,094 páginas conforman “Diarios”, siendo así una recopilación de la vida de Pizarnik, de sus pensamientos más crudos, más depresivos, íntimos, alegres a tiempos, esperanzados, terminales. Es un diario que duele, que se recomienda ser consumido a pequeñas dosis y con el espíritu fuerte. ¿Su contenido? Genialidad absoluta, una vida de lecturas profundas, de sueños narrados de buena mañana, de música clásica, de un estudio voluntario sobre los Grandes Escritores con mayúsculas, del paso humano y frágil en la existencia.

Narrar la vida requiere valor y dedos frenéticos, requiere sinceridad y apertura para decirlo todo, nombrarlo todo. Alejandra Pizarnik logra eso y más en “Diarios”, desde su dolor y su particular existencia breve. Ella, como los viejos autores vetados, descansa en el silencio eterno de todos aquellos que eligieron detener la batalla antes de su tiempo natural. Trágico, sí; pero entendible y hermosamente “justificado”. Quien la lea, entenderá.

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