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Existen talentos que se encuentran escondidos y lejos del alcance de los ojos, esperan en la improbabilidad de los espacios, en la crueldad de un tiempo que pasa sin ofrecer alguien que se acerque, que los recorra, que los elija. De encontrarlos, es imperativo saberse afortunado. Reconocer que hemos sido elegidos por la predestinación para leerlos, para interrogarlos, analizarlos, amarlos, y con suerte invitar a otros para que se unan y el diálogo no se acabe.

Se trata, también, de la esperanza del escritor. De su esfuerzo consciente y a tiempos doloroso por tocar al otro, por atraparlo, por escuchar el reconocimiento de su nombre en una boca ajena que halaga, que señala y por un momento, lo vuelve inmortal. Por el contrario, muchos otros escritores prefieren vivir en el resguardo del anonimato, en la libertad que existe tras el arte de la no presión, de la escritura como vía de escape y no de fama. En este mundo de letras, hay de todo.

La suerte del encuentro me ha estado sonriendo con frecuencia y lo que llega a mis ojos no ha sido más que grandes talentos a tiempos escondidos, a otros desconocidos, a otros improbables, a otros jóvenes; como el caso que hoy nos ocupa. Honestamente, me siento literariamente afortunada.

“¿Limonada? No, gracias”, es un cuento de Víctor Gael Vásquez Barajas, estudiante de la Escuela Secundaria General “Alfonso Reyes Ochoa”, en Torreón, Coahuila. ¿Cómo llegué a él? Por azar, y no por algoritmo, por la delicadeza de un título y la sorpresa detrás del encuentro con una edición maravillosa donde los autores han respirado en este mundo por apenas 13-15 años. Una maravilla.

El cuento es el siguiente: Sebastián, un “niño común”, se encontraba jugando fútbol en la calle y decide entrar a su casa para refrescarse. En la cocina presentada con el piso mojado, se resbala violentamente y su cabeza choca con la mesa haciendo que, en el impacto, uno de sus ojos saliera volando. En su desesperación, abre el refrigerador y toma un limón, clavándolo en el espacio vacío de su ojo ahora perdido.

La adaptación fue buena y con ella llegaron también poderes que consistían en ver el futuro, levantar cosas pesadas, intimidar al gato con el ojo verde y hacer que se le erizaran los pelos. Sus padres, preocupados, acordaron que, en caso de dolor, el ojo-limón se removiera. Entre naturalidad de circunstancias, ritmo y profundidad, solo queda agradecer y desear que, como está señalado en el cuento, no fuera un sueño.

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