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El hecho de ser objeto de interrogaciones me somete a un sentimiento de ser una espía ciega, de espera interminable queriendo saber en qué momento aparece la pregunta capciosa, la que voy a responder mal y determinará la toma de decisiones o posturas sobre mi persona. Una empresa de pesadilla, si me preguntan.

Por el contrario, amo preguntar. Indagar en la consecuencia infinita de una pregunta tras otra sin un sentido específico y, a tiempos frecuentes, sin un deseo por realmente saber; el arte de preguntar. Por supuesto también se trata de poder. Quien pregunta puede guiar, anticipar, moldear la respuesta, preparar la mirada para leer más allá del cuerpo e interpretar los ojos, las miradas hacia los lados, el divagar con nerviosismo, o simplemente la suerte de lograr encender el cerebro con la pregunta perfecta.

En Entrevista, del escritor brasileño Rubem Fonseca, estamos frente a un cuento que, como su título indica, es un relato narrado a forma de entrevista. De los personajes no es necesario saber mucho porque las preguntas que dan vida a este texto son tan vastas que los nombres salen sobrando. Quizás por eso también el autor los ha designado como “H” y “M”. ¿Hombre y mujer? ¿Hernán y Mariana? ¿Helena y Mario? Poco importa, los conoceremos sin conocerlos.

La primera pregunta supone ya el escenario idóneo para la entrevista y comienza, evidentemente, con una pregunta. “M —Doña Gisa me mandó para acá. ¿Puedo entrar? H —Entra y cierra la puerta. M —Está oscuro aquí adentro. ¿Dónde enciendo la luz? H —Déjala así. M —¿Cómo es que te llamas? H —Después te digo”. La mujer, al responder la pregunta que da cuerpo al fondo del relato, comienza a contar cómo es que había llegado a Río de Janeiro.

Cuenta que su esposo la había engañado y que descubrió todo en un restaurante. Enfurecida, agredió a la otra mujer con una botella rota. El entrevistador no pregunta si la mató, pero podemos inferir que sí. Se le pide que continúe su relato. Entonces da todos los detalles sobre cómo su esposo, una vez que ella huyó a casa, la alcanzó y la golpeó. La familia de ella, que vivía muy cerca, acudió a sus gritos y le destrozaron las piernas y la cara al esposo. Ella no supo mucho más después de irse, sólo recordaba el hecho de que le decían rumoreando que él la buscaba cargando con un puñal para matarla. “H —Sí, ¿y no tienes miedo de que pueda encontrarte? M —Ya lo tuve, ahora ya no lo tengo más… Vamos ¿qué es lo que estás esperando?”. Era él.

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