La última curda
Julia Yerves Díaz: La última curda.
La náusea, ese súbito desagrado corporal envuelto de rechazo orgánico. La sensación jabonosa que aparece desde los molares invadiendo cada papila gustativa hasta llevar el todo a la boca manifestando su signo infalible del evento: vomitaremos. ¿Los motivos? Por demás variados: exceso de alcohol, exceso de comida, exceso de nervios, exceso de hormonas, exceso de coraje, exceso de excesos.
En mi experiencia, exceso de comida. Para otros quizás exceso de alcohol. No importa realmente el motivo, el sentimiento universal, al menos para los jóvenes y adultos conscientes, es la plena conciencia de que nos hemos excedido, el arrepentimiento, la negación y esperanza débil de ser perdonados y finalmente la promesa falsa del no volver a ocasionarnos tal daño. Pero mentimos, somos humanos.
Margo Glantz, en su cuento, “La última curda”, nos lleva de la mano hasta la intimidad de una experiencia con tres elementos principales: la comida, el alcohol en exceso y el consecuente vómito producto de una mala combinación de los dos alimentos anteriores.
No es gráfico y tampoco causa repulsión. Su narración es el resultado de una serie de experiencias humanas que se cuentan con tal elocuencia que, por instantes bastante frecuentes, se tiene la impresión de que estamos ante un cuento corto que puede, sin dificultad, abarcar todo, grandes temas, con los brazos abiertos.
Partimos de una cena, de la descripción exacta de los platos y lo maravilloso de los lugares donde son presentados, y también de todas aquellas bebidas que amontonadas resultan en lo desafortunado. Lo que en un principio parecía refinado, armonioso y de composición perfecta, pronto cambia de perspectiva al ser relacionado con el rechazo corporal y la aversión total. La magia, y el encanto del cuento, viven en la serie de pensamientos y saltos narrativos que se dan dentro de la narración de una mujer que, abrazada al excusado, deja volar su mente sin pretender controlarla.
Vamos de ida y vuelta al pasado y al futuro, específicamente a la anticipación de lo que será la boda real española donde doña Letizia se convertirá en la Princesa de Asturias. En otro momento regresamos también al exceso y consecuencia tras un divorcio, así como también a diferentes reacciones de amigos en España y México tras una misma repetición de consecuencias. ¡Es una genialidad! Termina con una afirmación que adorna a la perfección el relato: “Me sigo llamando Nora García. (Pero, he dejado de vomitar)”.